Martin Scorsese regresa al cine con sus referencias y “obsesiones” católicas en Silencio.
Durante la segunda mitad del siglo XVII Sebastiao Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garupe (Adam Driver), dos sacerdotes jesuitas portugueses, emprenden un viaje hasta Japón para encontrar a su mentor: Ferreira (Liam Neeson). Corren rumores que Ferreira ha renunciado a su fe en público, tras haber sido perseguido y torturado.
Silencio sitúa su historia en un momento en el cual el catolicismo era una práctica prohibida en el país nipón, con la fuerza de la persecución equiparada a la Inquisición. Scorsese quizás haya querido llevar a pantalla el alto precio que hay que pagar por defender una convicción: su personal fe religiosa y la pasión con la que defiende su cine, en especial este proyecto de concretar su sueño. Claro que aquí toma la forma del tormento cristiano, llevado hasta sus últimas consecuencias. Una especie de trilogía que el director de origen italiano llevó a cabo con La última tentación de Cristo, Kundún y esta última producción. En esta ocasión, un Vía Crucis, físico y ético de mártires que cuestionan su fe, mientras Dios sólo parece contestarles con el más grande de los silencios.
Lo que comienza como una aventura de sacerdotes jesuitas en búsqueda de alguien que ha perdido la fe y apostató, se transforma en una sucesión de torturas embellecidas por el encuadre y la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto, en el que los colores ocres, azules y grises, junto a las brumas y las lluvias, ayudan a sobrellevar con poesía lo que de otra manera sería insoportable. El resultado, lejos de ser conmovedor, es frío, además de martirizante. La lucha entre lo humano y lo divino, los demonios y los miedos en una sucesión salvaje de suplicios.
Si el director de Taxi driver alcanzó la cima de su éxito comercial con Los infiltrados, una remake que no le hacía justicia a su talento, aquí filma un libro que ya fue llevado a la pantalla en el año 1971 por Masahiro Shinoda. Y el resultado parece ser el capricho de un señor respetado y poderoso en la industria del cine, con influencia para convencer a productores y actores (en un momento Daniel Day Lewis, Benicio del Toro y Gael García Bernal iban a ser los protagonistas). Aquí el realizador de Casino se premia a sí mismo, concretando un proyecto que le llevó casi 30 años realizar, trasladar al cine la novela “Silencio”, de Shūsaku Endō.
Vale preguntarse por qué en la película de Scorsese los japonés son sólo crueles porque sí. Sin ningún cuestionamiento a la colonización religiosa que podría ser vista como una forma de dominación creciente, como una suerte de futuro desarrollo expansionista europeo. Los jesuitas son buenos y los budistas malos parece ser la reducción a la que nos expone Silencio, sin atenuantes al momento de mostrar todo tipo de flagelaciones.