Silencios

Crítica de Marcelo Pavazza - Crítica Digital

Una historia coral que desafina

Ante el estreno de Silencios, cabe preguntarse si todos y cada uno de los cineastas piensan que en algún momento de su carrera deben mandarse una película que diga lo que es, según ellos, una verdad grande como una casa. Es lo que parece intentar con este pequeño film Mercedes García Guevara, que plasma una visión del mundo –en su tercer largo tras Río escondido y Tango, un giro extraño– imbricando personajes y situaciones cuya finalidad en la trama no hacen más que acentuar el interrogante referido arriba. ¿Cuál podría ser sino el propósito de la película, contando como cuenta cierto estado de cosas, teorizando sobre la soledad o la necesidad como lo hace, mostrando de manera antojadiza supuestas decisiones desesperadas?

Además, para darle a la narración un modo actualmente al uso, la realizadora apuesta por la narración coral. Arranca con Inés, una treintañera solitaria y soltera (Celentano), continúa con su anciano –e indiferente– padre (Marzio) y amplía el foco asomándose a las vidas de Omar, un joven cuidacoches (Marcelo Zamora) muy pobre, y a la de una vigorosa mujer llamada Eloísa (Lubos), ambos habitantes de un humilde pueblito.

García Guevara traza, a caballo de estos personajes, la línea argumental principal, relacionándolos con criaturas cuyo comportamiento extremo denuncia una apelación al contraste, que no le deja a la película otro destino que la moraleja. Veamos: Inés, a la que nunca le pasaba nada, no sólo pierde una cita con un correcto arquitecto, sino que también, gracias a su perturbador vecino (Nahuel Pérez Biscayart), obsesionado con ella, se mete en trámites sexuales al momento desconocidos; su padre es saqueado por su empleada doméstica, pero el hombre mira para otro lado, so pena de quedarse solo; Omar es prohijado por un párroco (Guillermo Arengo) a cambio de favores sexuales; Eloísa, buena y solidaria, conoce el horror de la violencia sexual.

Es decir, la directora cruza las existencias de estos personajes a puro golpe de efecto, impidiendo que podamos verlos como seres humanos palpables y reconocibles debido a lo forzado de las vicisitudes en las que los envuelve. Elecciones –agravadas además por un irreductible tono desolador– que dejan a Silencios desnuda de significados sutiles e inscripta en un cine de impacto que mezcla peras con batatas, abusa del castigo a los personajes y, como decía un animador de la TV argentina hace muchos años, afirma que todo tiene que ver con todo.