Tal como si alguna maestra hubiese dicho: “Saquen una hoja: composición, tema libre”, “Silo, la leyenda” es de los documentales que abordan hechos o personajes de una peculiaridad tan particular que se los puede aislar de todo. Del país donde ocurre, la región, y hasta del momento histórico si se quiere. Pero éste es un caso en el cual no contextualizar la historia de Mario Luis Rodríguez en el ámbito socio-político-económico en el que nació su idea, sería una decisión que expone al error, porque sin dudas la generación de jóvenes que se movieron (movilizaron) entre fines de la década del ‘50 y principios de los ‘70 han torcido el rumbo de la historia. Cada uno en su pequeño gran marco de acción.
De hecho, luego de la introducción (hasta el título), una voz en off va a ir ofreciendo, con viejas fotos, un perfil completo del hombre que luego sería líder del siloísmo. Allí somos testigos de una descripción detectivesca, casi de un policial negro, en donde todos los antecedentes psicológicos buscan su rebote en los hechos concretos de su vida.
Todo parece ir en pos de una especie de caza de brujas en esos primeros minutos, pero a medida que vamos sabiendo de sus habilidades para convocar gente, de buen deportista, de muy buenas oratorias en las que parecía desenvolverse entre estudiantes de ciencias políticas como pez en el agua.
A los 13 minutos, ya estamos en tema por completo. Se habla de siloísmo en función del nombre que el propio Rodríguez elige como emblema: Silo, derivado del Siloh que aparece en el Génesis de La Biblia. Un movimiento que empieza con pequeñas reuniones y que poco a poco van cobrando relevancia social. La idea era lograr la espiritualidad del ser, la trascendencia más allá de las cosas mundanas a partir de consignas muy simples y que, obviamente, atentaban contra las creencias de las religiones predominantes. Está claro que el poder se pone nervioso cuando sucede algo que no entiende.
Leandro Bartoletti utiliza los elementos de manual para enterar al espectador sobre quién es esta figura estrafalaria, de buena prosa y mejor comunicación oral, para transmitir su dogma. Los que han compartido su gesta y su idea son entrevistados que se intercalan con el relato en off, viejas fotos, archivo y una banda sonora que subraya sin exagerar.
“Silo, la leyenda” es una pieza cuya realización, frente a todos los canales especializados en documentales, resulta más televisiva en su lenguaje que cinematográfica, lo cual no le quita mérito al contenido. Es cierto, llega un momento en el cual ya no queda mucho por decir, y al suceder eso la película llega al presente con pinceladas de folletín. De todos modos el arribo al final se hace prolongado por la diversidad de ramificaciones que llevan a una sola conclusión, pero bien vale como ejemplo para conocer uno de esos fenómenos sociales salientes de una generación de hombres y mujeres que nacieron para generar los cambios. Silo es uno de ellos, y aquí se puede saber por qué.