El 28 de mayo de 2015, a los 59 años, murió a causa de un paro cardiorrespiratorio Silvia, la madre de la directora y quien da título a la película. Apenas seis meses después, María Silvia Esteve emprendió la tarea de visualizar cientos de horas grabadas en VHS por su padre Carlos.
Luego de procesar, intervenir, reflexionar y bucear en esos materiales y en los sentimientos más profundos, que van desde el dolor a la compasión, surgió Silvia, un ensayo de una crudeza, una honestidad y una sensibilidad desgarradoras.
Silvia es mucho más que un mero ejercicio de found-footage o una home movie complaciente, ya que en verdad se trata de una exploración íntima por parte de la realizadora -con aportes de los recuerdos sus dos hermanas- de una vida marcada por la violencia intrafamiliar, comportamientos psicopáticos, depresiones, internaciones y las contradicciones de una mujer que se fue sometiendo a los dictados ajenos en contra de sus deseos.
Desde Guatemala a la Argentina y de allí a Chile (por designios de una carrera diplomática que marcó siempre la dinámica familiar), la película -algo así como una cruza entre Tarnation, de Jonathan Caouette, y El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi- nos propone un viaje externo e interno que es al mismo tiempo una denuncia contra el machismo, una carta de amor, un ejercicio catártico y un acto de reparación.