Silvia

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - A Sala Llena

Las tonalidades múltiples de Silvia de María Esteve incomodan porque son verdades subrayadas en la banda sonora de la obra. Parece fácil decir esto de buenas a primeras para defender la intimidad tan decidida de la directora, pero sabemos que lo íntimo surge de distintas perspectivas. Esto se nos muestra a través de varias voces ‘narradoras’ y la música operática del soundtrack.

No nos damos cuenta de las incomodidades de estas voces al comienzo. Cuando en una de las primeras escenas habla una narradora fuera de plano, vemos una pantalla en negro justo después de un material de archivo ambientado en una playa. En este momento, la realizadora desahoga ciertos reproches hacia Silvia, su madre, aun en el día de muerte de esta. Los tropiezos emocionales de voces a oscuras se repetirán durante varios momentos de la película mientras se nos presenta esta vida familiar. Y es aquí donde cabe la duda de si se les puede llamar narradoras a mujeres que enfrentan las emociones como titubeos corales y no certezas sin cuestionamiento.

Lo que viene de ahí en adelante es una obra de reconciliaciones entre todos los miembros familiares a partir de sus propias versiones de eventos claves. Y tales momentos son narrados por cada una de las hermanas pero no con la linealidad usualmente esperada. La certeza de lo complejo está manifestada en cómo el material de archivo se distorsiona no solo a nivel de imagen, sino también de voz. Un recuerdo es evocado desde diversas aristas. Así, cada una va tropezando sobre su propia versión a medida que se solapan las certezas de quien ha actuado erróneamente.

Al final, Silvia es una película sobre los matices subrepticios de las familias. En este coro particular de voces se tensan el reproche y la reconciliación como ocurre en todo vínculo. Para llegar, el centro de la obra es indispensable: Scarlett O’Hara. La protagonista de Lo que el viento se llevó (1939) es el hito existencial de Silvia. Acaso como esta, Scarlett es un personaje que logra sus cometidos como un estandarte, no de su ego, sino de búsquedas imposibles en solitario.

Una y otra vez se repiten durante el documental fragmentos del clásico hollywoodense en tonos unas veces rojizos, otras veces azulados. Estos repercuten en la historia y en el espectador a la manera de rezos de un credo enajenado, al menos en principio. Las voces sin rostro (todo se construye a partir del material de archivo) nos van dando a saber que Silvia era la esposa de un diplomático. Entendemos así que la identidad coral armada en la obra se aferra a la fiereza de Scarlett, una mujer que se sobrepone a la falsedad de ciertas apariencias propias o de otros.

Sabemos que sin vestiduras tan monumentales como las del clásico de hace más de noventa años, hoy en día el drama llevado al extremo desconcierta. Pero la realizadora de Silvia está tan clara en esto que la voz de la autoría se diluye en distintas perspectivas femeninas, así como incluso actualmente se sabe que Víctor Fleming no fue el único director de Lo que el viento se llevó. Ya no es la voz afectada de Vivien Leigh peleando con su hermana y tomando conciencia de la guerra por los consejos en voz dulce y firme de Hattie McDaniel. Ahora son las hermanas Esteve reconstruyendo a coro una historia familiar venida a menos, con las desafinaciones y los desaciertos propios de toda fundación existencial, y sin un árbol ante el que se apele a Dios como testigo.