El infierno tan temido
Las comparaciones muchas veces resultan odiosas e incómodas pero es imposible no asociar la ópera prima de María Silvia Esteve, Silvia (2019), con El silencio es un cuerpo que cae (2018) de Agustina Comedi, no solo porque ambas directoras mujeres abordan a través de un mismo dispositivo una historia familiar de apariencias y mentiras, sino también por el ninguneo sufrido por parte de los festivales nacionales más importantes como BAFICI o Mar del Plata, programadas en secciones menores o rechazadas pese a ser muy superiores a la gran mayoría de las obras seleccionadas. Disponible en Puentes de Cine.
En Silvia, premiada en el FIDBA como Mejor Película Argentina y por el Jurado Joven, tal como lo hizo Comedi con su padre, Esteve recurre al formato del home video para narrar la historia de su madre, Silvia Zabaljáuregui, abogada, diplomática, politóloga y concertista, fallecida en 2015 a los 59 años de un paro cardiorespiratorio en plena calle, mientras en off, ella y sus dos hermanas reconstruyen, a través de recuerdos –muchas veces diferentes sobre un mismo hecho-, la atormentada vida de una mujer que, pese a tener todo lo que para el inconsciente colectivo es sinónimo de felicidad, vivió inmersa dentro de una pesadilla.
Una de las primeras imágenes de Silvia es la de un casamiento, el de Silvia y Carlos en el año 1983. Lo que sigue no es lo que se dice una historia de amor, sino un horror, un calvario, es la historia de una resiliencia, de una mujer condenada por no callar. Una mujer, de apariencia fuerte, marcada por un padre abandónico, una madre desestabilizada psicológicamente que intentó matarla y un marido alcohólico que no solo la manipulaba sino también la maltrataba. Silvia pedía ayuda y se la condenaba de antemano por el hecho de ser mujer, de los antecedentes familiares y porque la imagen era más importante que lo que ocurría puertas adentro. Con todas las batallas perdidas Silvia se refugió en el amor a sus hijas y construyó una especie de burbuja que las mantuvo a salvo de un infierno que años después sale a luz.
La directora construye un relato donde todos los elementos que lo componen se encuentran en estado de tensión, tanto en lo familiar como en lo cinematográfico. El registro visual poco tiene que ver con la realidad que emerge de los recuerdos. Carlos, padre de las tres hijas, a las que todas se refieren a él con el nombre de pila y no como “papá”, era el camarógrafo encargado de registrar momentos que en apariencia mostraban una felicidad que no era tal. Ver esas imágenes sin la narración no hacen más que mostrar una familia típica, de buen pasar económico y en apariencia alegre. Pero la verdad no es la que está en las imágenes sino la que se explicita en palabras y esas palabras ponen en tensión los recuerdos que muchas veces se contradicen entre como los vivieron cada una de las involucradas. Ese dispositivo de choque entre imágenes y narración es lo que vuelve aún más interesante a una historia que a medida que avanza se asemeja a thriller psicológico en donde sabemos el final pero no todo lo que sucedió antes de llegar a él.
Silvia es un ensayo documental biográfico pero también autobiográfico, catártico, por momentos incomodo, tanto para el espectador como para las protagonistas, en el que se narran dos historias. Una que oímos y otra que vemos. Una que dice verdades y otra que muestra mentiras. Que invita a reflexionar sobre lo que significa ser mujer en una sociedad machista, los mandatos, los estereotipos y las apariencias. Pero también sobre el amor y el cine.