Buen relato de una vida increíble
"Soy hijo del pueblo trabajador, hermano de los que cayeron en la lucha contra la burguesía, y, como la de todos, mi alma sufría por el suplicio de los que murieron esa tarde, solamente por creer en el advenimiento de un porvenir más libre, más bueno para la humanidad". Así escribió Simón Radowitzky su recuerdo de los hechos que lo llevaron a la cárcel. Había vivido la represión del 1 de mayo de 1909, cuando "los cosacos americanos" mataron a cuatro manifestantes e hirieron a 45, y las represiones de días subsiguientes. Había esperado que el Presidente diera aunque sea un pésame a los deudos, y el Congreso pidiera explicaciones. Y harto de esperar, había hecho justicia por mano propia, matando al jefe de policía y su secretario.
Nacido en Stepanice, a los 10 años empezó a trabajar. A los 15, herido de un sablazo, sufrió su primera prisión. A los 16, obrero metalúrgico, llegó a Campana, luego a Buenos Aires. Tenía 18 cuando mató al coronel Ramón L. Falcón y lo condenaron a cadena perpetua con castigos especiales cada aniversario del delito. 39, cuando Yrigoyen lo indultó y expulsó del país, tuberculoso. En Montevideo le sumaron otros dos años por indeseable. A los 44 se unió a las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española, ayudando en Aragón y Valencia lo que su poca salud le permitía. Sufrió la derrota, el cruce de los Pirineos a pie en pleno invierno, la detención en Saint Cyprien. Salvado por el poeta uruguayo Ángel Falco, terminó trabajando en una fábrica de juguetes del México DF. Murió a los 64, del corazón.
Extranjero ingrato para unos, triste perejil para muchos, héroe que ejerció el derecho de matar a los tiranos, para los anarquistas que aún lo evocan. "Simón vive", dice un graffiti en el pedestal del monumento al coronel Falcón. La película que ahora vemos alterna dos ejes. En uno, el investigador Osvaldo Bayer, autor de varios libros sobre el anarquismo en Argentina, relata la historia. En otro, la sobrina nieta y sus hijos acompañan a un chico del mismo apellido por la Biblioteca José Ingenieros y otros sitios donde encontrar información. Ese chico es una figura ficcional, pero el relato sigue siendo interesante. Recortes, fotos, viejos panfletos, noticieros de Emelco y Sucesos Argentinos exponiendo el relato oficial de la construcción del país, aportan lo suyo. Con algo menos de ficción y un mejor aprovechamiento de la visita que hace Bayer al Museo del Penal de Ushuaia la película hubiera sido todavía más atractiva.
Dicho sea de paso, la expresión que toma Radowitzky para definirse surge del himno anarquista "Hijos del pueblo". Lo cantan Tacholas, Brandoni, Soriano y otros en una hermosa escena de "La Patagonia rebelde", obra también basada en investigaciones de Bayer.