Era una noche lluvia y tormentosa...
Sin City es una ciudad violenta, monocromática y nocturna. En su corazón se encuentra un bar de mala muerte donde héroes y villanos se emborrachan juntos; sus confines son delimitados por las ominosas mansiones de los corruptos que controlan la ciudad, “donde la vida y la muerte son lo mismo, y el amor no conquista nada”. Sin City: Una mujer para matar o morir (Sin City: A Dame to Kill For, 2014) supura estilo y deleite por su grotesca existencia. Es un film noir bastante bueno.
A menudo se toma al film noir por un género, pero su definición como tal es problemática desde que los intrépidos galos Borde y Chaumeton inventaron el término. No escatimaron en adjetivos. Onírico. Extraño. Erótico. Ambivalente. Cruel. Palabras que remiten a actitudes y sensaciones, pero no ofrecen ningún tipo de rigidez sintáctica como las películas de horror, ciencia ficción o comedia. Semánticamente nos encontramos con un elemento criminal, pero lo único propiamente “noir” es la sensibilidad pesimista con la que se lo describe.
Sin City: Una mujer para matar o morir está colmada de estas sensibilidades. Sirve a modo de secuela, precuela y referendo de La ciudad del pecado (2005). Ambas películas están dirigidas por Robert Rodriguez, aunque el crédito directoral se extiende igualmente a Frank Miller, el autor de los homónimos cómics sobre los que las películas se basan. Rodriguez se vale de ellos cual storyboard, y los lleva viñeta por viñeta al cine. Zack Snyder ejerce una labor parecida en los “tebeos filmados” como 300 (2006) y Watchmen (2009), exacerbando el método al punto de que cada plano se convierte en un cuadro vivo.
Las historias son tres nuevamente: cada una designa a un héroe y le enfrenta a un villano. Las historias se interrumpen mutuamente, y cultivan la incoherencia narrativa (sobre todo al intentar ordenarlas junto a las anteriores en un cronograma), pero no importa. Es una película que vive en el presente, de las interacciones entre los arquetipos que la habitan, y el poder primitivo que exudan sus actores. La stripper con el corazón de oro (Jessica Alba), el vigilante justiciero (Mickey Rourke), el falso culpable (Josh Brolin), la femme fatale de su pasado (Eva Green), el rebelde sin causa Joseph Gordon-Levitt), el matón sobrehumano (Dennis Haysbert), la madame sádica (Rosario Dawson) y el senador corrupto (Powers Boothe) son algunos de los seres que cohabitan un universo de pandillas, policías y prostitutas que viven en plena guerra interna.
Sin City: Una dama por la que matar no hace mucho para diferenciarse de su antecesora, y unos dos tercios de sus historias remiten a las de la película original. Así como John Hartigan (Bruce Willis) vengó a la pequeña Nancy Callahan (Alba), ahora Nancy debe vengar a Hartigan, mientras que Dwight McCarthy (Clive Owen en la original) y su ejército de putas libran guerra de nuevo. La única novedad es un tal Johnny (Gordon-Levitt), un buscavidas que se mete en la partida de póker equivocada, pero la historia y su tratado sobre violencia y corrupción resultan reiterativos. No hay nada verdaderamente nuevo bajo el sol, aunque ésa parece ser la naturaleza infernal de Sin City, donde el sol nunca brilla de todas formas.
Tres figuras dominantes se alzan por sobre las demás. Una es el senador Roark (Boothe), apenas vislumbrado en la primera película, ahora el villano de dos de las historias. Boothe se roba su tercio de película con una interpretación biliosa y recalcitrante, llenas de odio cada palabra que dice, cada mirada que echa. La segunda es Ava Lord (Green), una viuda negra que manipula por deporte y siempre juega desnuda. Ella es la titular dama “por la que matar” (y matarse, por qué no). Green está perfecta como la femme fatale voraz y sin un ápice de perdón. Y por último está Marv (Rourke), quien secunda las tres historias en el papel de ángel guardián. Puede que la película abuse un poco de la conveniencia de su personaje pero hay un inefable placer en ver a Mickey Rourke hacer del tipo de violento e irresponsable anti-héroe que Hollywood ya no banca.
Las secuelas no son de gozar del favor del público o la prensa. Suelen capitalizar en el nombre de películas mejores sin molestarse en importar su magia o talento. Pero Robert Rodríguez vela por sus propios éxitos y rara vez decepciona. Machete (2010) legó una secuela poco menos que digna, pero Sin City: Una mujer para matar o morir es casi todo lo que los fans de la serie podrían querer.