Sin City 2: Una Mujer para Matar o Morir (Sin City: A Dame to Kill For) no trae nada demasiado novedoso ni interesante a nivel visual o narrativo. Estamos ante la misma estética que la anterior, esa atmósfera de film noir en blanco y negro que ya conocemos, y el mismo espíritu celebratorio de la violencia, los tipos duros de voz ronca y las minas, también duras, que patean culos y muestran el propio.
Nada nuevo nos trae el amigo Robert Rodriguez, excepto el gran logro de la película: las tetas de Eva Green, retratadas desde todos los ángulos y posiciones de cámara posibles, en toda su perfecta turgencia y voluptuosidad, muchas veces tomadas en contrapicado para exaltarlas y exponerlas como lo que son: dos trofeos a adular y reverenciar. Esas tetas podían ser un airbag. Pero no alcanzarán. Ya veremos por qué.
Como decíamos, a nivel estético, nada novedoso bajo el sol que nunca sale en la Ciudad del Pecado, a no ser por el agregado de la arbitrariedad. Recordemos que el blanco y negro se veía intervenido por pequeñas dosis de colores chillones, puestos en la primera entrega con un fin narrativo: exaltar a un personaje o un elemento importante dentro de la trama, correr, lógicamente, nuestra atención hacia ahí. En esta nueva, todo parece bastante arbitrario: la sangre, de a ratos, es en blanco y negro; de a ratos, a color. Algunas minas, a veces, tienen coloreados los labios o el pelo; a veces, nada, sin ningún tipo de criterio aparente. Y así con varias cosas. Y eso nos lleva a una única conclusión: el recurso, una vez gastado, agotado, pierde efecto y correlato narrativo. Lo que antes eran decisiones conscientes ahora son elecciones que suenan a capricho estético, en una película que parece mucho menos preocupada por construir narrativamente personajes e historias que regodearse en la estética desprovista de sentido. Algún tiempo atrás, Robert Rodriguez hacía un cine libre igual que un nene encerrado en una juguetería a medianoche. Hoy parece un junkie con demasiadas drogas a mano y manoteando solo para experimentar: bueno, Sin City: A Dame to Kill For le demuestra que tiene la cabeza adentro del inodoro.
A nivel narrativo, la película tiene varios problemas. Just Another Saturday Night cuenta la breve historia de Marv (Mickey Rourke), de cómo recupera el conocimiento y trata de recordar cómo terminó así, herido, accidentado; recapitula y se acuerda de que cagó a trompadas a unos frat boys y de que tiene una campera robada. Fin del cuento para Mickey Rourke, que luego será un satélite en un par de historias más. Ahora, posta: ¿la historia se acaba ahí o el montajista tiene un muy buen sindicato que no le deja hacer horas extra sin que le paguen? Las deudas impagas embarran cualquier contrato.
Después viene The Long Bad Night, dividida en dos partes, con un Joseph Gordon-Levitt (Johnny) con voz y cuerpo impostados. Johnny descubre que es el hijo del senador Roarke y le gana dos veces a las cartas, asegurándose así un pase directo a la tocada de arpa. Una historia sin sentido, que amaga con darnos venganza de las buenas (Johnny gana, recibe paliza y novia mutilada, se cura, vuelve) pero nos entrega una versión casi igual a su primera parte. Personaje desperdiciado. Historia sin sentido. Deuda impaga multiplicada por dos: somos los acreedores de un deudor chanta que nos promete venganza con pólvora pero nos da un revolver de cebitas.
A Dame to Kill For, el meollo del asunto, la entrada en escena de Eva Green (Ava) y Josh Brolin (Dwight, el mismo Dwight de la anterior, antes interpretado por Clive Owen; ok, a alguien no le dio el presupuesto). Dwight muere de amor por Ava (quién no) y la rescata de su supuesto marido golpeador. Pero no, todo era una engaña pichanga para que el enamorado bobo matara al ricachón y ella se quedara con su fortuna. De nuevo, paliza para Dwight, cara desfigurada, cirugía y venganza. En el medio, dos policías con una trama que promete pero queda en la nada. Lo más curioso de esta historia es, una vez más, el amague. Dwight arranca diciendo que nunca hay que liberar la furia contenida, la bestia que hay adentro, y todo el tiempo pensamos que vamos a saber más acerca de esa otra vida que tuvo o que vamos a presenciar su furia desatada. Pero no. Dwight sucumbe ante el amor en forma de tetas perfectas de Ava y paga las consecuencias. Deuda impaga, parte tres: ahora es personal. En serio, ¿qué onda? Todos prometen un manto de sangre y la estafa se acrecienta. Scorsese, a esta altura, ya había roto un par de cráneos para que la fiesta fuera una fiesta.
A nivel narrativo, Sin City 2: Una Mujer para Matar o Morir tiene varios problemas.
Finalmente, Nancy’s Last Dance, con otro personaje conocido, Jessica Alba en el papel de la stripper más pacata del mundo. Porque Jessica podrá vestir el traje de cowgirl sexy, que le realza las curvas (especialmente las traseras), podrá contornearse de manera sensual, podrá cortarse la cara y dejarse cicatrices sexis, podrá patear algún que otro culo pero la pacatería no se le va ni por puta. A Jessica Alba le falta mucho para ser la chica sexy y dura que el final de la película merecería. Acá no hay deuda: Jessica Alba es la mojigatez hecha actriz y el peor cast para perrearla como Nancy. Acá, al menos, ya habíamos sido estafados en la primera entrega.
Pero, tal vez, esa chica mojigata esté en sintonía con el resto de la película. Porque Sin City: A Dame to Kill For es tibia, en las historias que cuenta, en el pobre desarrollo de los personajes, en las resoluciones precipitadas, en la arbitrariedad de los recursos, en la poca emoción que transmite. Hay violencia, hay sangre, hay venganza, hay minas en bolas, pero eso no alcanza para sacudirnos de la letanía del ya desabrido blanco y negro. Robert Rodríguez supo crear un universo libre y fantástico con Sin City. Una lástima que lo haya tirado por el inodoro tan rápido. Ni las monumentales tetas de Eva Green pueden amortiguar el golpe de la caída al precipicio.