La historieta de forzar una segunda parte
Hubo un momento de la historia en el que Hollywood decidió apropiarse de aquel axioma futbolístico según el cual “equipo que gana no se toca” para replicarlo en su industria emblema, convirtiendo la realización de una(s) secuela(s) de cualquier película exitosa –en términos económicos, claro– en norma tácita, independientemente de su pertinencia artística. El problema es que esa fórmula dará buenos resultados sobre el verde césped, pero no siempre en la pantalla. Las excepciones son, por el contrario, aquellas que repiten la formación inicial pero cambian el esquema de juego apostando por el riesgo de una expansión o retorsión del universo previamente definido (algo que hizo, por ejemplo, Sam Raimi con Spiderman o, más atrás en el tiempo, Joe Dante con Gremlins) en lugar de limitarse a la comodidad de la mera replicación estética y temática. Realizada nueve años y 160 millones de dólares después de La ciudad del pecado, Sin City: Una mujer para matar o morir es el más novel exponente del segundo grupo.
Dirigida y guionada por Robert Rodriguez, encargado también de gran parte de los rubros técnicos, y el artista gráfico Frank Miller, y basada en la novela gráfica del segundo, Sin City 2 es más de lo mismo. O menos, si se tiene en cuenta que la idea de hacer una película calcando las líneas de diálogo y manteniendo la estética estilizada y rabiosamente artificiosa del cómic podía sorprender una década atrás, pero hoy, con dos entregas de 300, otra de The Spirit en el medio, el efecto tiene gusto a poco. Rodriguez-Miller no hacen demasiado para evitar la sensación de ya visto y construyen un trabajo visual otra vez asentado en un blanco y negro interrumpido únicamente por la coloración de la sangre –pero a veces no–, cigarrillos encendidos –no siempre– o el rouge de las mujeres –sólo de algunas–. Lo cromático, entonces, puesto al servicio del capricho de los creadores antes que al de la funcionalidad narrativa.
Ese mismo capricho es el rector de los devaneos dramáticos de las historias que componen el film. Allí estará, por ejemplo, la inclusión del policía interpretado por Bruce Willis, muerto en la anterior pero regresado aquí en modo fantasmita, todo con el fin de salvaguardar la integridad de su protegida (Jessica Alba). Otro que vuelve, envuelto en prótesis, es Mickey Rourke como el matón más escrupuloso de Basin City. Escrúpulos es justamente lo que le falta a Ava Lord, una femme fatale manipuladora capaz de engatusar no sólo a un amante (Josh Brolin), sino también al policía más incorruptible, todo gracias a sus ojazos claros y su aparente fragilidad. Y a sus tetas, claro, ya que Eva Green está a sus anchas exhibiéndolas en casi todos los planos en los que aparece. La capacidad de la otrora protagonista de Los soñadores para el juego y la manipulación (algo que ya se entrevía en 300: el nacimiento de un imperio) es, además, síntoma del intento de Una mujer para matar o morir de concederles a ellas una pequeña revancha reparadora después de la misoginia de la primera entrega. Ese pequeño viraje y el uso de la voz en off para complementar la información visual en lugar de reafirmarla son los únicos puntos altos de un partido en el que, más allá de repetir gran parte de la formación, el equipo de Rodriguez-Miller no pasó de un 0 a 0 fácilmente olvidable.