Sin City: Una Mujer para Matar o Morir no es un caso extraño desde lo innecesario de su existencia como secuela, sino desde lo tardío de su llegada. Nueve años después de la primera parte, lo que resultaba extremadamente original ya ha inevitablemente dejado de serlo. Sin embargo, hay que reconocerlo, los espejitos de colores (bueno, blanco y negro con algo de colores cada tanto) brillan cada vez mejor, y para ello ayuda el aspecto lúdico de la producción y el montaje -que se nota especialmente en la primera parte. La factura técnica, salvo por algunos tramos del final, es indiscutible.
Pero no es suficiente: con diálogos que ya no sorprenden y caracterizaciones demasiado banales, lo caricaturezco se convierte aquí en acartonado, y el tono de falsedad hiper-estilizada que resultaba tan atractivo en la primera parte ahora se siente cansado y repetitivo.
La estructura multiprotagonista se mantiene, y si el espectador distraído se pregunta porqué siente que está viendo de nuevo historias que parecían concluídas, vale recordar que algunos fragmentos funcionan como una suerte de precuela.
Regresan a sus personajes Jessica Alba -todavía un poco más irrelevante como la pobre Nancy, quien busca venganza con justas razones-, Bruce Willis como el fantasma de Hartigan, Rosario Dawson como Gail, y Mickey Rourke como Marv, quien permanece el personaje más interesante de todas las historias. A falta de Clive Owen, Josh Brolin se calza sus botas en una extraña previa encarnación de Dwight, ese tipo honesto que no quiere matar a nadie pero termina siempre en medio de una gran masacre.
Los nuevos personajes le pertenecen a Joseph Gordon Lewitt (Johnny) y hasta Lady Gaga tiene un cameo, pero es realmente Eva Green como Ava Lord quien se roba todas las miradas encarnando a una femme fatale que hace mucho énfasis en la última parte de ese título.
La segunda parte de Sin City es innecesaria, es cierto, pero también lo fue el segundo capítulo de Machete, y al menos queda el consuelo de que esta secuela en ese sentido es bastante mejor. Poca cosa para un director como Robert Rodríguez, que alguna vez brilló como uno de los talentos más interesantes del nuevo off-Hollywood.