Dulce venganza
La estelaridad de Keanu Reeves pudo haber decaído en la última década luego de la trilogía de Matrix, pero no necesariamente ello se volvió una sentencia. Por el contrario, la industria volvió a recibirlo como figura central luego de participar en varios filmes de éxito relativo y hasta dirigir su propia película. Y lo hace con un rol que le calza como un guante: un asesino a sueldo retirado que vuelve a las pistas para vengar la muerte de... su perro. "No es un don nadie. Es John Wick", dice el jefe de la mafia rusa con una mueca de terror para presentar al personaje del ex-Neo, en un pronunciamiento que puede extenderse de la ficción a la vida real. Tanto Wick como Keanu están de vuelta. Y para bien.
La mención a la saga de los hermanos Wachowski tampoco es arbitraria. Chad Stahelski y David Leitch, ambos coordinadores de dobles en la trilogía Matrix, debutaron dirigiendo al actor en este thriller que entrega con fidelidad lo que promete. Sin control tiene una buena dosis de acción y violencia y no faltan persecuciones, peleas cuerpo a cuerpo y explosiones. No vale pedir otra cosa. Pero lo más vistoso que propone el filme es el uso del gun-fu, esa técnica que combina artes marciales y tiroteos que popularizó en Hollywood el director chino John Woo (Cara a cara, Misión imposible 2) y que en este caso toma vuelo y altura, sin derrapar nunca en el grotesco.
Antes de comenzar el sincronizado y acelerado juego del gato acechando al ratón, John Wick es introducido sin mucho material de relleno. Pocos minutos son necesarios para explicar quién es ese hombre con expresión rígida que sale a asesinar, armado hasta los dientes, al crimen organizado que rige Nueva York. Le sigue un argumento sólido centrado en una guerra personal que no se demora. Todos sospechamos quién va a ganar, pero eso no es lo importante.
Mientras tanto, se suceden personajes pintorescos a cargo de Alfie Allen, Willem Dafoe y Adrianne Palicki, pero el más atractivo es el villano, protagonizado por el sueco Michael Nyqvist (Millenium), quien logra aportar la cuota expresiva a la dupla protagonista. Todos ellos se desenvuelven en una ciudad sombría y nocturna con toques caricaturescos, en la que John paga con monedas de oro, un hotel es una suerte de “zona franca” y aparece un servicio de limpieza que opera como en la Nikita de Luc Besson.
Cada escena en Sin control está pensada con precisión quirúrgica, tanto que Reeves debió aprender de memoria las coreografías, siempre musicalizadas a tono. Por momentos, la acción recuerda a un videojuego, o a un entrenamiento policial. El resultado: una experiencia vertiginosa y entretenida en la que Keanu entrega una interpretación que le hace honor a su famosa esclerosis actoral pero también a su presencia en la pantalla. En buena hora.