Búsqueda implacable
Chad Stahleski y David Leitch hacen su debut detrás de cámara luego de una amplia experiencia como coreógrafos de artes marciales y dobles de acción –de hecho, el primero lo fue de Keanu Reeves en Matrix, donde se conocieron, y también en Sin Control– además de haber coordinado escenas de acción en Iron Man 2, Los Indestructibles y su respectiva secuela, y El mecánico, entre una larga lista. Un Keanu parco como solo él puede serlo, con pelo largo, barba tupida y vestido de etiqueta cual Agente 47, regresa a la pantalla grande como un asesino retirado que se verá obligado a volver a lo que mejor sabe hacer cuando los mafiosos rusos para los que trabajaba se meten con su perro –regalo póstumo de su esposa– y con su preciado auto: un Mustang Boss 429, modelo del año 1969. Porque los héroes de acción no necesitan demasiadas razones para activarse en modo máquina de matar. Así las cosas, la venganza no solo será terrible, sino también sangrienta y, por supuesto, divertida.
El gran acierto de la película, que marca la vuelta del actor al género que le calza como un traje hecho a medida, es la combinación correcta de todos los ingredientes más una cucharadita de amor extra por el cine de acción. De esta manera, todo es válido en el universo que se plantea, también la inverosimilitud –puesta sobre todo en el desencadenante de la cacería–, que no desentona para nada con la propuesta general, en la que incluso hay espacio para el videojuego –con referencias literales en algunos momentos, o siguiendo la lógica de los juegos en otros, el protagonista que debe superar distintos obstáculos, cada vez más difíciles hasta cumplir su objetivo-.
El tándem Stahleski-Leitch nos sumerge en un universo casi fantástico que funciona como una especie de submundo habitado solamente por sicarios, mafiosos, mercenarios y sus mujeres ocasionales. En una gran esquina de este mundo paralelo –en el que todos los miembros de este clan son vistos como hombres de negocios–, existe un imponente edificio art decó que, como una suerte de hotel de lujo, los hospeda perfectamente conscientes de lo que harán durante su estadía. Eso sí: los asuntos de “negocios” se llevarán a cabo fuera de las instalaciones, porque el recinto puede ser utilizado solamente como un refugio con leyes específicas de protección a sus clientes, servicios médicos ultradiscretos incluidos por si regresan ensangrentados, y de entretenimiento las 24 hs, claro. A este espacio se le suman una Iglesia bastante pomposa que sirve de fachada para otro asunto, y un boliche que se encuentra dentro del hotel y que será escenario de una de las mejores -y más extensas- escenas de acción de la película que incluye tiroteo, combate cuerpo a cuerpo y todo tipo de piruetas que terminarán, desde luego y para nuestro goce, con la destrucción masiva del lugar.
La originalidad argumental es lo de menos. Sin Control, como todas las películas de acción, se basa en el movimiento, y el dúo detrás de cámaras sabe de timing para la acción: secuencias con precisas coreografías que despliegan una amplia gama de artes marciales –jiu jitsu, judo, kung fu– combinadas con un gran manejo de diversos tipos de armas en escenas de suma agilidad, ritmo y mucho pulso para la acción. La banda sonora a cargo de Tyler Bates –que además de ser el responsable de las bandas de Halloween, Amanecer de los Muertos y Killer Joe, entre otras, es compositor de música para videojuegos– y Joel Richard es el perfecto telón de fondo a pura electrónica para un largo catálogo de disparos a quemarropa, largas secuencias de acción imparable y una magnífica persecución en auto en la que el protagonista atropella a uno de los mafiosos, levantándolo por encima de su capot y disparándole a través del techo hasta que cae muerto en el suelo. Porque hay que saber moverse para ser un héroe de acción, por más mínimo que sea ese desplazamiento y Keanu Reeves lo sabe. Por eso, los directores le quitan el peso de cualquier tipo de actuación dramática de encima. Entonces, con la trama relegada a un segundo plano, lo que importa –y mucho- es el juego con los espacios y el color: esa paleta furiosa que baña la pantalla de rojos y azules culminando con un clásico duelo final mano a mano: porque los verdaderos enemigos pelean con los puños.
Cabe destacar, por si todo lo dicho anteriormente no fuese suficiente, a algunos personajes secundarios más que interesantes como el sicario interpretado por Willem Dafoe y sus pómulos más filosos que nunca y el team designado por los personajes para limpiar y borrar rastros de las masacres ocasionadas.
Sin Control es una película que tiene oficio y lo demuestra con su actualización del mejor cine de acción clase B al servicio de las posibilidades del gran espectáculo, con un tratamiento estético y una estilización de la violencia que va desde lo mejor de John Woo –decenas de extras cayendo como moscas al paso del protagonista-, es atravesado por Tarantino y llega hasta Luc Besson. Todo junto en una suerte de Nueva York distópica y carpenteriana, en explosivo surround y una pantalla que, cuanto más grande, mejor.