Hay actores a los que cuesta definir su calidad interpretativa, no se caracterizan por poseer varios matices, difícilmente sean galardonados en su rubro… pero en lo suyo no se puede negar que son efectivos.
Keanu Reeves es uno de esos actores, posee un extraño carisma con la cámara, su rostro es pétreo, es lento para hablar (tanto que a veces sospechamos que está leyendo carteles detrás de cámara), y tampoco posee grandes movimientos. Pero de vez en cuando encuentra roles que caen como anillo al dedo a su forma de ser, forma a la que se le debe sumar una mirada con cierta tristeza, dato no menor.
John Wick (que acá titularon genéricamente como Sin Control, de modo muy errado) es uno de esos roles. La película sería otra sin él.
Un ex asesino a sueldo, por supuesto el mejor en lo suyo (¿si sumamos todas las películas cuántos asesinos a sueldo insuperablemente mejores contaremos?), sufre una serie de desgracias que lo llevan al límite. El hombre está enamorado, pero el destino le juega una mala pasada, su mujer se enferma y muere, no sin antes hacerle una verdadera ofrenda de amor, le regala un perro y le hace prometer que lo cuidará.
John pena, sufre, por todos lados, y apenas lo calma un poco de esa única lágrima que cae sobre su mejilla el recorrer la ciudad a bordo de su Shelby, y por supuesto, cuidar al perrito. Pero el pasado regresa, el hijo de un mafioso ruso lo asalta, le roba el auto y ¡le mata al perro!.
¡¡¡Para qué!!! Wick dirá basta a su penar y haciendo hervir su sangre y con el temperamento más frío que nunca saldrá a cobrar venganza contra todos, contra la vida.
Por supuesto, el argumento de John Wick está a un paso (un paso más adelante) de aquel argumento satírico que Alberto Olmedo narraba en el sketch de Borges y Álverez; es un cliché seguido de otro, un manual de cómo hacer una película de venganza exagerada y desatada típica… y aun así, funciona.
Los directores Chad Stahelski y David Leitch son conocidos por diseñar atractivas coreografías de acción en varios films taquilleros; pero a diferencia de lo que podríamos suponer, en Sin Control manejan un estilo clásico y sin pretensiones estéticas que la favorece.
Estamos frente a un film que busca una excusa, para poner a su héroe en acción y entregar un resto de metraje cargado de acción sin concesión, tradicional y salvaje.
No hablemos de verosímil, no hablemos de personajes complejos, Wick es un asesino, pero lo queremos igual porque Keanu nos da lástima, se le murió la esposa, el perro y le robaron el auto, punto.
Disfrutable sin demasiado análisis, se nos guarda un plus con la intervención de Willem Dafoe en otro de esos roles típicos suyos que demuestran estar de vuelta de todo, el asesino de la sabiduría. Si la acción es lo suyo, no hay que pensarlo demasiado.