Exageración es igual a disfrute
De vez en cuando, surgen películas que son pura forma, que parecieran pedir un disfrute vertiginoso, sin demasiada reflexión, aunque hay visibles huellas en sus composiciones que delatan que no son puro ruido -como podría ser Transformers: la era de la extinción-, que hay un conocimiento del género que abordan, al que buscan reformular, como en el caso de Escape imposible. Sin control -el título original, mucho más apropiado y representativo, es John Wick- es un film que va en esa línea, avanzando a los tiros, dejando de lado todo tono ceremonioso.
El arranque es un tanto dramático, con el personaje del título, interpretado por Keanu Reeves -cuya mediocridad expresiva pero fisicidad en sus movimientos en este caso es plenamente funcional-, comenzando el luto por la muerte de su esposa, quien prácticamente desde el más allá le envía un regalito, que es nada menos que una encantadora perrita. Pero claro, una noche entran unos matones -uno de ellos hijo de un jefe mafioso ruso- en la casa del protagonista con el simple objetivo de robarle su lujoso Mustang, le dan una paliza y matan al animal. Error, gran error, porque John no es un salame cualquiera, sino un legendario asesino a sueldo retirado que unirá el dolor por la muerte de la cachorra con el luto por la partida de su mujer y la molestia por la pérdida de su auto, hará con todo eso una bola inmensa de rencor y volverá al ruedo, es decir, a matar a todos los que se le crucen en el camino rumbo a su venganza.
Y si todo esto suena un tanto disparatado, Sin control no se preocupa demasiado por darle a esa premisa una racionalidad, sino lo que necesita, que es un verosímil cinematográfico: todo es exagerado en el relato, desde la perrita de tamaño y caritas adorables, que conmoverían a Stalin, hasta la furia de John, pasando por su habilidad para asesinar. Si a eso se le suma la construcción de una especie de submundo donde desfilan criminales dedicados al negocio del homicidio con profesionalismo extremo; un hotel (¿?) que sirve de refugio a los delincuentes y a la vez como territorio neutral para las disputas mafiosas; un servicio de limpieza de escenas del crimen dirigido por un viejito muy particular; y hasta el uso de monedas de oro para pagar las prestaciones previamente mencionadas, el combo está completo.
Todo este paquete está envuelto en la acumulación de numerosas secuencias de acción muy físicas e impactantes, con una puesta en escena donde se privilegian los planos de conjunto y el montaje fluido en función del entendimiento de todo lo que sucede dentro del cuadro. Sin control es un film que no cuida mucho a sus personajes, básicamente porque están para morir o ser heridos -de hecho, cuando deja ver ciertos rastros de sensibilidad o profundidad es muy poco creíble-, sólo buscando inflar cada vez su composición artificiosa, su carácter de entretenimiento exagerado, absurdo y definitivamente simpático. Veloz y potente, hace de lo efímero una virtud, sin ninguna clase de culpa.