“Sin dejar huellas” (Black Tide o Fleuve Noir- Marea Negra-) representa un retorno para el escritor y director Erick Zonca, cuyo “El sueño de los ángeles” (“La vie revée des anges”, 1998) sigue siendo uno de las apuestas más memorables del cine de arte francés de finales de los noventa. Zonca continuó con la subestimada “El pequeño ladrón” (“Le Petit Voleur”, 1999)y un olvidado debut en inglés, “Julia” (2008) protagonizada por Tilda Swinton. Tras una década de silencio Erick Zonca regresó con un malhumorado, mugriento y desquiciado policía alcohólico que intenta resolver el caso de un adolescente desaparecido.
Existió un tiempo en el que los espías sobresalían en el imaginario colectivo y en el que los detectives reinaban como los más duros de su zona. Hombres atormentados por sus fantasmas internos que luego de dejar cientos de colillas de cigarrillos , vasos de whisky a medio terminar en su camino, lograban apresar a los criminales más sanguinarios haciendo gala de un extraordinario poder de deducción, un código moral esquivo a cualquier clasificación, y no pocas dosis de cinismo
Ese cine policial de los cuarenta es retomado con ciertos preceptos formales mucho más modernos por Erick Zonca. El policía-detective que presenta en “Sin dejar huellas”es interpretado por Vincent Cassel, cuyo modo de vida bordea lo ridículo pero también es posible ver una versión francesa del corrompido y borracho del Capitán Hank Quankan de Orson Welles en “Sed de mal” (“Touch of evil”, 1958), a Sam Spade de “El halcón maltes” (“Maltese Falcon”, 1941), o a Philip Marlowe de “Al borde del abismo” (“The big sleep”, 1946)
La historia de “Sin dejar huellas” fue adaptada por Erick Zonca y Lou de Fanget Signolet del libro “The missing file” del escritor israelí Dror Mishani, que se centra en el largo juego de gato y ratón entre el detective François Visconti (Cassel), bebedor compulsivo con preferencia por una marca Ballantine; padre irresponsable cuyo propio hijo se está convirtiendo en un dealer y al que no le importa dormir con la madre de una víctima, Sandrine Kiberlain (Solange Arnault) cuando la ocasión se le presentó, y un frustrado novelista existencial con gran predilección por Kafka y Camus, Yann Bellaile (Romain Duris).
Zonca lanza muchas pistas falsas que ayudan a mantener el suspenso, pero, también fatigan al espectador porque vuelve una y otra vez casi al mismo punto de partida que, por otra parte ya pierde todo interés cuando se resuelve el homicidio.
En ese mundo enfermo y marginal que plantea Zonca el único personaje que parece ser el más sano es la esposa de Bellaile (interpretado por la estrella de “El sueño de los ángeles”, Elodie Bouchez) ya que ella es el único personaje que cuestiona abiertamente la conducta de todos y en especial la de Visconti.
“Sin dejar huellas”posee múltiples puntos giro que por momentos el espectador sentirá como que el filme fue cortado por razones comerciales.
El único inconveniente de este tipo de edición es que parece olvidar secciones enteras de la historia, incluida la trama secundaria que involucra al hijo de Visconti y todo el caos burocrático de la comisaría. Hay personajes que se pierden, como el de Chérifa (Hafsia Herzi).
La cámara del italiano Paolo Carnera (que filmó la serie de televisión “Gomorrah, 2014 ) aprovechó al máximo algunos espacios puntuales de los suburbios de París (Pigalle, o el bosque de Boulogne ) y mucha oscuridad.
Vincent Cassel logra con su sólida interpretación dar un punto de apoyo importante a una película que por momentos se desbarranca, pero que posee un sólido misterio en su núcleo y fuertes giros de apoyo con Romain Duris, como el vecino escalofriante, y Sandrine Kiberlain como una madre cuyos secretos la abruman.
En síntesis, “Sin dejar huellas” ofrece demasiado (en términos de angustia y miseria humana) y muy poco (en términos de narración satisfactoria), por lo tanto esta visión de cine negro de Erick Zonca no despertará gran apasionamiento ni admiración como lo hicieron sus anteriores filmes