Con La vida soñada de los ángeles (1998) y El pequeño ladrón (también de 1998) Erick Zonca se convirtió en una de las grandes esperanzas del cine francés de fines de los años '90. Sin embargo, su carrera se discontinuó y sólo volvió a dirigir Julia (2008) y ahora Sin dejar huella, un film noir en la tradición del polar con un elenco de lujo, pero resultados muy decepcionantes.
Basada en la novela del israelí Dror Mishani, la película tiene algo de los thrillers más sórdidos de David Fincher, un poco de Un maldito policía, con el torturado Harvey Keitel dirigido por Abel Ferrara; y otro tanto de El desconocido del lago, de Alain Guiraudie. Pero, más allá de conexiones tangenciales, se trata de un caso lleno de condimentos perversos en el que, de uno y otro lado, hay personajes despreciables. Son de esas propuestas en las que nadie se salva: todos cargan con traumas, miserias, culpas y cometen los peores actos imaginables. Esta visión desoladora del mundo empaña cualquier posibilidad de empatía y genera -por lo menos a los que seguimos apostanto por al menos algún resquicio humanista- una sensación de hartazgo e irritación.
El desdichado protagonista es el detective François Visconti (Vincent Cassel), divorciado (obsesionado con su esposa), alcohólico y con un hijo adolescente ligado al narcotráfico callejero. Será él quien -mientras trata de conectar sin suerte con el muchacho- deba investigar la desaparición de otro joven, al que no se ha vuelto a ver tras haber salido del colegio. El universo siempre violento y degradante de Sin dejar huella se completa con Solange (Sandrine Kiberlain), la madre del chico que no aparece; y con un profesor que oculta más de lo que cuenta (Romain Duris). También hay un policía que se mete en la investigación (Charles Berling) y una muchacha con síndrome de Down que tendrá una importancia vital en la trama.
Zonca somete al espectador a un auténtico tour-de-force emocional (todos los personajes cometerán las peores bajezas) y habrá que esperar casi dos horas para llegar al desenlace. Demasiado esfuerzo, demasiado sufrimiento para conocer la verdad y las múltiples revelaciones finales.