En Argentina, las dos primeras películas de Eric Zonca fueron muy bien recibidas: La vida soñada de los ángeles (1998) y El pequeño ladrón (1999), dos conmovedores retratos de jóvenes marginales con vidas con un presente atormentado y sin posibilidades de un futuro mejor. Hubo que esperar casi 10 años para su tercera película, Julia (2008), otro retrato desesperanzado protagonizado por una deslumbrante Tilda Swinton. Ahora, exactamente 10 años después, llega su cuarta película, Sin dejar huella, un contundente y agudo policial francés en el que no se salva nadie. Porque todos los personajes, en mayor o medida, tienen facetas que van desde lo cuestionable hasta lo deleznable. Algunas están muy a la vista mientras que otras se esconden detrás de una fachada de inocencia.
Basado en la novela The Missing File, del israelí Dror Mishani, el cuarto opus de Zonca comienza, como es muy habitual en el noir, con una desaparición. Se trata de Dany, un adolescente de 16 años quien, al parecer, no tendría ningún motivo para huir de su casa. Se presume, entonces, que fue secuestrado o asesinado. El encargado para resolver el caso es Francois Visconti (Vincent Cassel), un policía alcohólico, agresivo y con todo tipo de problemas – entre ellos, un hijo adolescente que es casi un traficante de drogas y una fijación por su ex esposa que lo abandonó.
Solange (Sandrine Kiberlain) es la desconsolada madre de Dany, al borde de un colapso nervioso, siempre ahogada por la pena. Marie (Lauréna Thellier), es su única hija, una chica con Síndrome de Down que extraña mucho a su hermano mayor, entre otras penas que sufre. Por otro lado, está Yann Bellaile (Romain Duris), el profesor de francés de Dany, que parece estar demasiado interesado en la resolución del caso, como si se estuviera jugando alguna cuestión de carácter personal. Y esto para empezar.
Sin dejar huella es tanto un noir bien oscuro como un thriller desconcertante, por lo que despliega no solo un panorama de miserias, bajezas y corrupción, sino también inesperadas vueltas de tuerca, revelaciones impensables y confesiones perturbadoras - quizás, en ocasiones, ligeramente forzadas. Por eso mismo, el clima general de malestar profundo, que generalmente se siente muy genuino, se hace carne en el espectador con tanta facilidad como incomodidad. La apuesta de Zonca no es poca cosa: nos pide que nos involucremos en el drama sin posibilidad de identificarnos o empatizar con nadie. Y, sin embargo, logra su objetivo. Porque hay algo fascinante en este univeso corrupto que hace que nos quedemos pegados a la pantalla observando el devenir de los acontecimientos. Y no precisamente desde una distancia tranquilizadora.
Cassel construye un policía que recuerda al de Harvey Keitel en Un maldito policía en su desborde, violencia y ferocidad. No obstante, tiene una preocupación genuina por encontrar al adolescente desaparecido, e incluso a veces parece tener cierto altruísmo. Lo que no es poco en un mundo donde todos se preocupan por sí mismos sin tener en cuenta el sufrimiento de los otros. Siendo un actor tan talentoso, no debería sorprender que se robe la película, aún estando, quizás, al borde de la sobreactuación ocasionalmente. Pero también Sandrine Kiberlain brinda una interpretación sobresaliente, tan convicente como desgarradora. Y aún a pesar de su relativa transparencia, sus sentimientos más profundos están bien escondidos. Eso de por sí ya es inquietante.
Sin dejar huella no es una película fácil de ver pero tampoco es un martirio ni mucho menos. Que retrate, sin concesiones, un mundo en el que uno no desearía vivir la hace aún más sugestiva. Porque una cosa es bien cierta: en la vida real, lejos de esta ficción que dura 113 minutos, estos mundos están a la vuelta de la esquina. Nadie puede decir que la historia que narra Zonca no es verosímil. Y sí, debe ser mostrada así, con su lógica crudeza.
Sin dejar huella (Fleuve noir, Francia, Bélgica, 2018). Puntaje: 8
Dirigida por Erick Zonca. Escrita por Érick Zonca, Lou de Fanget Signolet, basada en la novela de Dror Mishani. Con Vincent Cassel, Romain Duris, Sandrine Kiberlain, Élodie Bouchez, Charles Berling. Fotografía: Paolo Carnera. Música: Rémi Boubal. Duración: 113 minutos.