Cristiani was here
A lo largo del documental Sin dejar rastros (2015) un coro de voces implora al unísono: no nos olvidemos de Quirino Cristiani. “Hay que reconocerlo,” dice un entrevistado. “Hay que rescatarlo,” dice otro. Cristiani fue uno de los pioneros de la animación nacional (y mundial), y de su extensa obra no ha quedado prácticamente nada. A casi cien años de su primer opus, parece haber legado más reseñas que filmografía.
Caricaturista autodidacta, su carrera cinematográfica arrancó como animador para el noticiero de Federico Valle. Por donde se lo mire fue un adelantado a sus tiempos. En 1917 hizo El apóstol, la primera película de largometraje animada (una sátira política sobre Hipólito Yrigoyen). En 1918 hizo Sin dejar rastros (sobre el hundimiento de un buque argentino en plena Gran Guerra), que irónicamente se lleva el premio a la primera película de largometraje animada censurada. En 1931 estrenó Peludópolis (otra sátira sobre Yrigoyen), primera película de largometraje animada y sonora. Todas estas películas se perdieron para siempre “como lágrimas en la lluvia”, o en este caso nitrato en el fuego.
Es muy noble de parte del director/productor/escritor Diego Kartaszewicz erigir este documental in memoriam en nombre de Quirino Cristiani, un artista que al no poder vivir a través de su obra debe hacerlo a través de la memoria colectiva. La película es además una herramienta didáctica efectiva, narrada por el nieto de Cristiani, con la participación póstuma de Manuel García Ferré y Siulnas, y la inclusión de breves segmentos animados según la rudimentaria técnica del propio Cristiani (la cual es básicamente una forma de stop-motion con recortes de papel articulados).
Sin dejar rastros es un digno homenaje, acaso obsesionado con su propia trascendencia y sin mucho más para decir sobre el hombre excepto recalcar lo pionero y polifacético que fue. La película por lo demás esboza varios ángulos interesantes que luego deja picando. El legendario encuentro con Walt Disney, por ejemplo, promete un duelo de opuestos perfecto (artesanía y política vs. corporación e infantilismo) pero así como se presenta se descarta, mientras que una incursión en la faceta naturista de Cristiani queda en la nada, otra nota al pie de página.
A fin de cuentas Sin dejar rastros va a lograr su cometido, que es perpetuar la memoria de Quirino Cristiani, director de lo que una vez fue proclamado “el triunfo más grande de la cinematografía nacional”. Se lo pinta como un hombre humilde y de bajo perfil que se rindió de buen humor ante la mala leche de perder toda su obra en un par de incendios desafortunados, prácticamente dejándolo sin progenie artística. Le hubiera gustado esta película.