Bienvenidos al tercer mundo
Lo primero que uno quiere pensar al ver una película como Sin escape (No escape, 2015) es que hay dos formas de abordarla: Por un lado porque como película es tan absolutamente ridícula que resulta imposible tomarla en serio. Desde ese lugar es evidentemente mala. Ahora podemos -y queremos- pensar que la película es armada en otro nivel: el simbólico. Aquel en el cual la fantasía juega en primera plana representando miedos del americano medio en un país tercermundista.
Sin escape es una película de terror (en sentido literal) y no de acción como supone el afiche promocional. Representa todos los miedos que puedan aparecerle al americano medio en territorios tercermundistas, y lo hace de manera simbólica, nunca tomada en serio. Pensemos un poco en este nivel de relato. Owen Wilson es rubio, imposible de confundir con un asiático. Tiene mujer y dos pequeñas hijas a su cargo. Cae engañado por la corporación donde trabaja con la promesa de un puesto de trabajo mejor rentado en un país del tercer mundo que no conoce -y claro- se encuentra en plena crisis. Están en Asia (“Bienvenido a Asia” dice el personaje de Pierce Brosnan) sin especificar bien en qué lugar del continente. No es un error, es que ni siquiera importa. Es el miedo percibido por el americano medio en territorio desconocido (después de todo para él son todos los asiáticos iguales). Basta que llegan al lugar y no entienden el idioma, no funciona la luz, el teléfono ni el televisor: ¡el modo de vida norteamericano está en peligro!
Sin entender bien qué pasa en medio de la crisis social (es un empleado de una multinacional, ¿porqué habría de entenderlo?) la horda social elimina literalmente a todo yankie habido y por haber, y por ende también lo quieren eliminar a él y a su familia. No hay razones, no tienen fundamentos para hacerlo por más primitivos y explotados que sean, pero lo hacen. Es el temor materializado: Lo quieren matar al tipo, violar a su mujer y poner a su hija en su contra. De la manera más salvaje -como país subdesarrollado que son- posible.
Hay una burda explicación con mea culpa incluida que resulta aún más graciosa en boca de Pierce Brosnan. Porque la fantasía del miedo al otro, está representada en cuanta imagen se muestra desde el comienzo. El “ellos contra nosotros” se despliega en cada fotograma dejando las justificaciones del argumento sin lugar. En este aspecto el director John Erick Dowdle, que realiza el film en conjunto con su hermano Drew Dowdle, productor y co escritor, ambos especializados en films de terror (Así en la tierra como en el infierno, Quarentena y La reunión del diablo) ponen toda la imaginación en encarnar ese miedo en el personaje de Owen Wilson. Y como película de terror que es, Sin escape funciona porque genera la tensión suficiente como para tener en vilo al espectador hasta el final.
El mayor problema de la película sigue siendo el tomar un conflicto social para representar los miedos del americano medio. En la recreación del contexto de crisis se recurre a cuánto estereotipo habido y por haber de forma tan básica y elemental (siempre los “otros” son más tontos y malos que los protagonistas) que terminan por subestimar al espectador. La fuerza que el film utiliza en asustar la derrocha en concesiones estúpidas e innecesarias cada vez que pretende anclar en la realidad. Pero, insistimos, basta pensarla desde el punto de vista del personaje de Wilson para entender a dónde apunta la trama.