Owen Wilson luego de varios años de transitar con muy buena repercusión por la comedia, en algún momento dramática, como fue el caso de “Marley y Yo“ (2008), retorna al género de acción con no muy buena fortuna.
Y no es que haya transitado de manera poco elogiosa desde la actuación, sino que el filme es en realidad un cúmulo de lugares comunes, previsible hasta el hartazgo, por momento no creíble, con acciones más que inverosímiles y un discurso que deja bastante que desear.
Esta narración podría definirse como la de un hombre común, y su familia más común todavía, que se ve atrapado en situaciones extraordinarias, agregándole constantemente el recurso, “novedoso por cierto”, del salvataje de último segundo.
La historia se centra en Jack Dwyer (Owen), quien con su esposa Lucy (Sterling Jerins) y las hijas de ambos se ven en medio de una revolución en un país del sur de Asia, nunca nombrado peron con limites con Vietnam. La consigna que enarbolan los mismo es “sangre por agua”, y estos rebeldes malos, muy malos por definición, van matando a todos los extranjeros.
Jack llega al lugar para hacerse cargo de un puesto de trabajo que redundará en grandes beneficios económicos para la familia. Su empresa es la que, en conjunción con el gobierno establecido, se hará cargo de la explotación del agua potable, con la consabida expropiación de los recursos naturales en favor de la multinacional.
Desde el momento que nos muestran a los nativos del lugar matando a mansalva a quien se les ponga enfrente, siempre y cuando estos sean extranjeros, no discriminan edad, sexo, raza o religión, lo dicho, son muy malos.
El pobre americano blanco deberá hacer lo que sea necesario para proteger a su familia mientras huyen.
Ayudados en este caso por otro extranjero, Mr. Hammond (Pierce Brosnan), de origen inglés, que en realidad no es quien dice ser, secundado, y no podía faltar, por un nativo que se hace llamar como su ídolo, Kenny Rogers (Sahajak Boonthanakit), motivo suficiente para ser asesinado, pero que en este caso además apoya a los extranjeros.
Los rebeldes nunca dan las razones ideológicas, políticas y sociales para, al menos, justificar en parte su accionar. Se mueven como una masa enardecida, entonces se promulga la diferencia entre los buenos y civilizados extranjeros y los incultos, bárbaros, nativos que sólo desean sangre, lo cual da cuenta de un discurso demasiado discriminatorio.
Claro que va a estar en boca del inglés las explicaciones necesarias y las justificaciones del accionar de las hordas asesinas, pues los otros, los extranjeros, …”somos los responsables de la pobreza de esta población”…. Pero es sólo una frase que se pierde en medio de las imágenes, pues es lo peor que posee desde el discurso, ese guiño reduccionista, simplista y casi del orden del racismo a ultranza, es de estigmatizar a los descartados en crueles, incultos y peligrosos
El filme no aburre por la velocidad de las acciones, al mismo tiempo que instala esa realidad actual, por el género cinematográfico al que suscribe, de que sólo con hacer gala de los recursos técnicos es suficiente.
Siendo el montaje, respondiendo a las necesidades del relato, su principal vedette, sumado a actuaciones de buena factura, a las bondades de la filmación, incluyendo muchas escenas que transitan lo inverosímil, sobre todo desde la acción de los personajes.
La banda de sonido, con la música que no sólo apoya las imágenes, las exacerba a punto tal que la violencia supera la expectativa que generaba, pero es violencia gratuita.
La dirección de arte, desde el espacio físico donde se desarrollan las acciones, sobre todo la fotografía, es de muy buena factura.
Como entretenimiento pochoclero puro, cumple. Pero nada más.