Sin escape: La pesadilla asiática
Owen Wilson y Pierce Brosnan protagonizan este filme de acción, indefinido entre el drama y la comedia.
¿Se puede culpar de todo al voraz capitalismo? ¿Incluso de estas fórmulas reiterativas en el cine que navegan entre lo irónico y lo brutal? Película de acción, indefinida entre el drama y la comedia, totalmente amparada en el cartel de sus protagonistas, en algunos gags esporádicos y en la asunción cínica de un sinfín de lugares comunes, desgraciadamente comunes, Sin escape cuenta la historia de una familia que se muda a algún lugar de Asia, donde el padre tendrá su nuevo trabajo y una pesadilla infernal junto a los suyos.
La historia, dirigida por John Erick Dowdle, arranca con el asesinato feroz del Primer Ministro de este país de fantasía. Un arranque brutal que anticipa la sangre, la barbarie, y que contrasta con la familia tipo americana llegando en el avión con Jack Dwyer a la cabeza (un Owen Wilson que remite siempre a la comedia), su resignada esposa Annie (Lake Bell), sus dos hijas, y Hammond, un estrafalario viajero que va por las suyas, interpretado por Pierce Brosnan.
Tras un desembarco bizarro, obviamente el nuevo puesto de trabajo de Jack no es lo que esperaban. Entonces, entre prejuiciosa y cínica, asoma una mirada tan premeditada como estereotipada: la de una familia yanqui azorada ni bien baja del avión frente la barbarie asiática, en un lugarcito que limita con Vietnam.
Apenas si tienen tiempo de entrar al hotel, de escuchar a Hammond haciendo un karaoke, cuando los prejuicios y estigmatizaciones empiezan a justificarse. Hay una revuelta, una revolución en la nueva ciudad de los Dwyer, y una cacería de extranjeros.
Todo ocurre sin explicación. Sanguinarios, sádicos, así se muestra a los revoltosos mientras los Dwyer corren por sus vidas y lanzan a sus hijas por los techos de la ciudad buscando esconderse. Pura persecusión y huida, con el personaje de Brosnan apareciendo de vez en cuando, dando la única sentencia de la película, explicando que estos salvajes defienden a sus hijos de potencias que los invaden, les prestan dinero que jamás podrán devolver y se quedan con sus bienes. A eso había venido Dwyer aunque ni él ni nosotros lo sabíamos.
Ritmo frenético, personajes débiles, la brutalidad como espectáculo y un tema serio trivializado en una historia previsible, que se hunde en su afán de "no convencional".