El entretenimiento como religión
Luego de varias películas, entre las que se destacan Cuarentena y la muy valorada The Poughkeepsie Tapes, John Erick Dowdle, director y guionista -en este rol, como siempre, junto con su hermano-, hace su primera producción con reparto estelar: Owen Wilson, Lake Bell y Pierce Brosnan (en un papel secundario que enciende la película cada vez que aparece, con la sapiencia del que es sabio desde hace mucho, o desde siempre). Estamos en un país del sudeste asiático, al que una familia texana se muda por un nuevo trabajo, y la fantochada de la situación política del lugar se ilustra mediante la exhibición de monumentos del gobernante en funciones. Y se produce un golpe de Estado con una revuelta feroz que pone a padre, madre e hijas pequeñas en situación de escape constante, frente a hordas enloquecidas de venganza contra todo lo que parezca extranjero.
Sin escape narra de forma eficaz y trepidante el primer enfrentamiento entre insurgentes y fuerzas del gobierno, y con gran suspenso la primera parte de la huida, ante un peligro tan concreto e implacable como impersonal. Así, la mitad inicial de la película exhibe un vértigo y un frenesí perfectamente encastrados en el derrotero de esta familia que no detiene su marcha, y los saltos y los arrojos de una terraza a otra es una de las grandes secuencias de aventuras del año. Con el paso de los minutos la aventura se desgasta, ingresan explicaciones no del todo vergonzosas, pero sí a las apuradas, el verosímil se va desgastando, se estiran algunas situaciones un tanto inadmisibles, y se verbaliza y se ablanda de más el cierre. Pero, aun con sus defectos de terminación, Sin escape nos recuerda las virtudes del relato de aventuras cuando no se pretende hacer la última película del género, la revolucionaria, sino simplemente una más, de la encomiable variante que tiene al entretenimiento como religión.