Cosas terribles les suceden a los yanquis cuando salen de su preciado y civilizado Estados Unidos de América. Más allá de sus fronteras, el mundo es salvaje, el progreso nunca va a llegar y sus habitantes son bárbaros. Pero pará, no, esto no es tan así. ¿Qué pasa si en realidad este tercer o cuarto mundo está baqueteado producto de los negocios turbios entre los yanquis y otras potencias, la corrupción y las multinacionales? Todo esto y mucho más en Sin Escape (No Escape).
Sin Escape está muy bien. Una familia de Texas con unas niñitas adorables debe emigrar a un país del sureste asiático ficticio, cuyo nombre nunca es mencionado, debido a que papá se quedó sin trabajo. La mejor, y única, oferta laboral se la ha hecho una multinacional que trabaja con ciertos recursos naturales (si no me equivoco, saneando el agua) de este país en cuestión. A menos de 24hs de aterrizar, esta familia se encuentra en medio de una revuelta sanguinaria, en donde los extranjeros son perseguidos y exterminados violentamente por un grupo extremista local. Encapuchados de rojo, esta masa avanza, destruye y mata todo lo que hay en su paso. De aquí en más, “it’s every man for himself”. Hay que rajarle a esta horda porque o te parten la jeta de un palazo, te clavan un machetazo, te bombardean desde un tanque o te tirotean desde un helicóptero. No, la verdad es que no hay salida y Jack Dwyer (Owen Wilson), un hombre común y corriente, debe hacer lo que sea necesario para proteger a su mujer (Lake Bell) y a sus dos hijas.
La dupla guionista-director de los hermanos Dowdle logra que mantengamos la colita al borde del asiento durante varias secuencias, que nos mordamos las uñas, que exhalemos aliviados y que descomprimamos con alguna pequeña carcajada cuando sea necesario. Una película violenta, apta para gente impresionable -la violencia no es sumamente explícita pero nos podemos hacer bien la idea de lo que está pasando- y que nos trae de vuelta después de muchos años a nuestro querido Owen Wilson al cine de acción. Owen se calza las llantas y, junto a Lake Bell, también reconocida por sus papeles cómicos, arranca a correr con las pibas bajo el brazo. Afortunadamente para los Dwyer, James Bond (Pierce Brosnan) hace una pequeña aparición y, en situaciones extremas (machetazo, violación), se hace presente, de la nada, para rescatarlos. Es que Hammond (Brosnan) no sólo rescata a nuestros amigos, sino que también intenta ayudar a los Dowdle poniendo de manifiesto en algunas pocas líneas lo que de otra forma nunca nos hubiéramos podido enterar: la masa mata porque entre la multinacional empleadora de Dwyer, los yanquis y un primer ministro corrupto, privatizaron los recursos naturales de su país y el pueblo será esclavo de este maldito sistema colonialista corporativo. Por si no quedó claro, la horda mata porque los dejaron sin trabajo, sin agua, sin futuro. Los yanquis y las corporaciones son malos y están asesinando a sus familias, entonces la horda contraataca. Después de unos setenta minutos de película en los cuales esta masa (y léase que digo masa y no gente, ya que es más bien presentada como un horda zombi que quiere ver correr sangre –no sólo la extranjera, ya que se bajan a unos cuantos de los “suyos”- tan crudamente como quienes purgan en La Noche de la Expiación), persigue a Owen y a esas nenas, quienes intentan escapar de esta bestia sádica que pide sangre y con la cual es imposible empatizar, me vengo a enterar de que los malos son los yanquis, puuucha. Y acá es donde los Dowdle fallan fuerte y convierten a esta película de acción a lo Una Noche para Sobrevivir o Búsqueda Implacable en una especie de drama político progre pelotudo, en algo serio, que quizá podría haber funcionado pero no, porque a los Dowdle no les da.
El problema de la dupla es justamente cómo construyen al otro, malos muy malos, una representación maniquea, unidimensional. No hay una intención de crear un personaje con un poco de profundidad; de hecho, no hay intención de que ningún asiático de la película sea personaje, abusando, sin querer queriendo, justamente de la reducida visión occidental que quieren criticar. A su vez, la exploración del comercio global y corporativo es tan básica como la representación de esta masa. Y la explicación llega muy tarde, al final del segundo acto, y se percibe como un momento de “culpa blanca” o “mea culpa”.
Los hermanos Dowdle construyen a un enemigo bajo una representación maniquea, unidimensional.
Quizá también el hecho de no darle identidad al otro puede habilitar a que alguno que otro piense que el corporativismo colonialista occidental es un problema sólo cuando impacta a una buena familia blanca de clase media. ¿Y las nenitas asiáticas tan simpáticas muriéndose de hambre en dónde están? ¿Qué tiene que ver violar, obligar a punta de pistola a que una nena mate a su propio padre en un callejón oscuro con defender a tu familia del hambre y la miseria? Claramente esto no es lo que los Dowdle quisieron contar, pero su falto conocimiento de causa –la dupla se dedica a hacer terror desde hace varios años, tienen en su haber The Poughkeepsie Tapes, Quarantine (adaptación estadounidense de la española REC), una tal Devil y una muy patética película sobre la cual ya he hablado, Así en la Tierra, Como en el Infierno- hace que la película haga agua por algunos lugares. Quizá hubiera sido mejor contar una historia de personaje en el lugar equivocado en el momento equivocado y, en vez de meterse con temas “serios”, trabajarnos un poco más en el tercer acto, que va en decadencia. La cereza en la crema del helado del progre pelotudismo es el hecho de que la tierra de la salvación sea Vietnam. Los vietnamitas dan asilo político a la familia Dwyer, los malos no pueden pasar sus fronteras. De hecho, no me llamaría la atención que a esta historia la hayan ubicado en el sudeste asiático sólo para que los Dwyer encuentren refugio en Vietnam.
En fin, la verdad es que si dejamos de lado algunas cuestiones, que durante la película pueden ser ignoradas o pasadas por alto, Sin Escape es altamente disfrutable. Más allá de que uno puede ver venir de lejos lo que los hermanos Dowdle quieren hacer, y también que ciertos conceptos escapan a sus mentes, la película está muy bien realizada, hay un constante clima de tensión necesario para sostener este tipo de película y la presencia de Owen Wilson suma muchos puntos a favor. Aunque quizá no lo parezca, la recomiendo.