La calma y la tormenta.
El gobierno de Estados Unidos siempre ha colaborado, planificado y muchas veces ideado la apropiación de los recursos naturales de un país del Tercer Mundo en connivencia con corporaciones multinacionales. La necesidad de encauzar la riqueza de países subdesarrollados hacia las fauces de los países centrales -para satisfacer las necesidades de una sociedad industrial- ha tenido como consecuencia buscada la imposición de dictaduras, la educación de una clase dirigente sometida a los dictámenes de la metrópoli y la pobreza de la mayoría de los ciudadanos de los países sojuzgados.
La sociedad de consumo y del espectáculo, la industrialización de los países emergentes, la globalización y el crecimiento de la industria turística crearon las condiciones, entre otras variables, para la trasformación del Tercer Mundo en un paraíso exótico, generándose así el surgimiento del “Cuarto Mundo”. Este nuevo mundo está representado por aquellos países donde el turismo es poco recomendable debido a su inestabilidad, según las agencias internacionales.
Sin Escape es una película de acción que retoma radicalmente estas ideas a partir de la llegada de un ejecutivo de una empresa norteamericana a Camboya. El susodicho cree que su puesto en la empresa Cardiff va a proporcionar agua potable al país pero en realidad el acuerdo es una pantalla para la expropiación de las reservas de agua en una de las naciones con el índice de corrupción más alto del planeta. En medio de una revolución en el país asiático por esta causa, Jack Dwyer (Owen Wilson) y su familia deberán escapar de los furiosos guerrilleros maoístas descendientes de los sangrientos Khmer Rojos, quienes -a lo largo del metraje- los quieren matar a machetazos, fusilar, atropellar y violar, entre otras atrocidades. Así las cosas, simultáneamente a la llegada de Jack y su familia se produce la caída de la monarquía constitucional y el ascenso de los guerrilleros. El joven emprendedor recibe la ayuda de un oficial del servicio secreto británico, Hammond (Pierce Brosnan), y de un camboyano fanático de Kenny Rogers que trabaja para él, para escapar del convulsionado país que parece haber constituido un comité nacional de linchamiento para Dwyer.
La última película del generalmente correcto director John Erick Dowdle utiliza a la perfección un mecanismo de aceleración y desaceleración de la acción que lleva hasta el extremo las escenas, para luego darles a los personajes un respiro. El guión del director, en colaboración con Drew Dowdle, presenta algunas paradojas respecto de la construcción de los personajes, especialmente del protagonista y sus dolencias, pero quedan a un lado debido al carácter de la propuesta que pone todo el énfasis en la contraposición del instinto de supervivencia y la energía del padre norteamericano, y la pasividad de los camboyanos no sumados a la guerrilla.
A pesar de estar destinado a la concientización de un público norteamericano sobre las consecuencias de las políticas de su país, el film crea una atmosfera febril de la que resulta imposible sustraerse, generando una especie de campo gravitacional sobre una historia totalmente absurda, colmada de guiños políticos e históricos, acerca de un oficinista que combate a toda una guerrilla armada hasta los dientes con palos y piedras. La realidad social golpea en Sin Escape de manera contundente y sin pedir permiso para dejar las buenas conciencias del Primer Mundo traumadas por su legado de sangre y agua. Una advertencia de Dowdle para sus compatriotas, o tal vez una profecía exacerbada de las luchas que se avecinan.