Un interesante film de Benjamin Heisenberg basado en la conocida fórmula del ladrón de bancos
Viena sirve de escenografía real para una historia real (así anticipan los títulos), la de un corredor de maratones y ladrón, o un ladrón corredor de maratones, en ambos casos, un personaje al que las descargas naturales de adrenalina en cualquiera de sus dos actividades colocan muy arriba. Pero surge una pregunta inevitable: ¿hasta cuándo podrá seguir haciéndolo? Léase: ¿podrá tropezarse más de una vez con la misma piedra y salir indemne?
El director austríaco Benjamin Heisenberg sabe cómo sacar partido de una historia verdadera para llevar adelante un ejercicio cinematográfico que sostiene la tensión de principio a fin, sin necesidad de echar mano a efectos especiales ni grandes despliegues. Todo lo contrario, su cámara se preocupa principalmente por seguir de cerca el personaje apodado por la prensa Pumpgun Ronnie, por su fusil y la careta de Ronald Reagan que lucía, tan bien interpretado por Andreas Lust.
Nacido hace 36 años en Tubinga, Alemania, Heisenberg estudió en la Academia de Bellas Artes en Munich y en la Escuela de Cine de esa ciudad, fundó la revista de cine Revolver , que difundió en aquel país el Dogma 95, impulsado por Lars von Trier. Una década más tarde debutó en el largometraje con Dormido (2005) y cuatro años después con el film a propósito del auténtico Johann Rettenberger que recién ahora, y tras su aplaudido paso por el Festival de Berlín y el Bafici de 2010, llega a las salas locales.
El relato insiste en un esquema básico que repite una y otra vez, el del hombre que con el rostro escondido asalta bancos con extrema precisión, carga el dinero en bolsa de residuos negra y sale corriendo. El travelling horizontal se convierte así en recurso permanente de Heisenberg, cada vez encarado de una manera tan diferente como efectiva, como si con la cámara estuviera tratando de cazar a un animal. Hay un curioso manejo de los tiempos, que si bien puede provenir del relato en que se basa ( best seller escrito por Martin Prinz colaborador en la adaptación), se enriquece con la aguda mirada del joven cineasta surgido de la conocida escuela de Berlín, acerca de este hombre que al filo de terminar su condena de seis años en prisión por robar armas, en libertad condicional, vuelve a su doble pasión y no teme terminar abatido por la policía. No sabemos cuánto hay de fantasía (seguramente mucha) o verdad en el relato, pero poco importa porque su simple efectividad lo convierte en un plato fuerte.