La historia de este film de Benjamin Heisenberg basado en una novela de Martín Prinz que adapta un caso real es sencilla: un hombre sale de la cárcel sin ningún otro interés que correr. Sus días consisten en largas sesiones de jogging, eventuales participaciones en maratones en las que llega primero y en el asalto en solitario a diversas sucursales de bancos. Pronto empieza a quedar claro que el motivo de los crímenes está íntimamente relacionado con su obsesión por correr: quiere que la policía lo persiga. En el medio retoma, casi sin quererlo del todo y viéndolo como un obstáculo, el contacto con un viejo amor. El trabajo del director y de su equipo de fotografía en las secuencias de persecuciones es sublime: Sin escape tiene algunas de las mejores persecuciones jamás filmadas (la última vez que se vio en pantalla algo así fue en Apocalypto) y cada una de ellas alcanza, en lugar de puro efectismo, niveles de expresividad y de dramatismo poco comunes en este tipo de escenas.