Corriendo por la vida
Un personaje que lo tiene todo para reinsertarse exitosamente en la sociedad después de cumplir una condena de prisión pero que no puede escapar a la tentación de seguir en el camino del delito ofrece atractivas posibilidades para una exhaustiva exploración de su psicología; así lo entendió el escritor Martin Prinz, autor de una potente novela a partir de un caso real que se produjo en Austria en los años 80. El realizador Benjamin Heisenberg tomó el tema y construyó un filme técnicamente interesante, con escenas de gran dinamismo, fantásticamente resueltas desde el punto de vista formal y con una tensión dramática bien administrada a lo largo de todo el relato.
El problema es que, si bien el director elige un discurso parco y afectivamente distanciado del protagonista, al mismo tiempo parece desperdiciar las posibilidades que le ofrecía un personaje tan interesante. Se extraña una exposición más precisa de la personalidad de este ex convicto, deportista exitoso, dedicado con devoción al entrenamiento para perfeccionar su técnica como corredor, pero que se ha convertido en un adicto a la adrenalina que sólo le proporciona perpetrar violentos robos y arriesgados escapes de los policías. Johann no elabora sofisticados planes para cometer los asaltos; simplemente, entra armado a los bancos, asalta las cajas y huye a toda velocidad. Tampoco le importa el botín que consigue: el dinero es equivalente a los trofeos que consigue cuando, como cualquier buen ciudadano, se inscribe en las pruebas atléticas que domina sin inconvenientes. Tampoco se involucra demasiado en una relación amorosa que retoma al salir de la prisión; es consciente de que la vida en pareja terminará siendo un estorbo.
Andreas Lust compone con admirable economía de recursos al protagonista, y alrededor de su figura helada gira todo el relato. El ritmo de la narración es deliberadamente lento, para contrastar con las frenéticas y agitadas persecuciones que Johann protagoniza.