Johann corre en círculos en el patio de la prisión a la que está confinado por robo de bancos. Su recreo termina e, increíblemente, sigue corriendo en su celda, en una cinta andadora ubicada delante de sus múltiples pares de zapatillas deportivas. La de Johann es una historia real, la de un maratonista austríaco que por hobby asaltaba bancos. Y en silencio, corre. Como en la cárcel, una vez que empieza no se detiene y así da comienzo a un ejercicio fílmico (¿o físico?) en que la cámara sigue a la par sus interminables pasos.
Der Räuber es un thriller filmado con mucho pulso por su director Benjamin Heisenberg. Se trata de un film ágil en perpetuo movimiento, ligado a la suerte de un protagonista que no puede dejar de acelerar. No es convencional, Johann es un hombre silencioso, impasible, al parecer distanciado emocionalmente de todo. Pero corre, y en eso es el mejor. Y el director lo hace junto a él, no lo sigue desde atrás, corre a su lado. Esta velocidad constante da como resultado algunas secuencias sorprendentes, como los dos robos en un día, seguido de una larga persecución que se extiende hasta el final o el montaje de autos y música que indican que sigue en los asaltos. Todas tienen el punto en común del protagonista corriendo. Y este vínculo irrompible hombre/cámara falla entonces cuando se detiene, cuando lo relaciona con una mujer, cuando sus largos silencios apoltronan una historia que no dejaba de moverse.