Maratón contra la muerte
Antes de quedar en libertad, el protagonista de esta historia le dice a su oficial de reclusión que está cansado de correr en círculos en el acotado patio de la cárcel.
Y es precisamente el verse atrapado en otro circulo vicioso, el de robar bancos a mano armada y con una máscara para burlar toda persecución policial y llevando cada fuga al límite, el conflicto primario que marca el derrotero de esta obra maestra, que fuera laureada en 2010 en el festival de Berlín.
Previo paso por la edición anterior del Bafici, Sin escape es un film que tiene la particularidad del vértigo y la adrenalina en cada plano cuando de persecuciones y corridas se trata. Con un soberbio contrapunto entre los tiempos muertos y las escenas trepidantes que transforman a la película en una especie de film visceral.
El protagonista Johann Rettenberger (Andreas Lust) es un ex convicto, quien durante su estadía en la cárcel se estuvo entrenando bajo supervisión para correr maratones pero una vez liberado vuelve a asaltar bancos (además de ganar maratones) en la ciudad de Viena, jugando con el peligro en cada atraco y huída. Su antigua novia Erika (Franziska Weisz) descubre rápidamente su secreto y el escondite donde guarda los billetes que acumula sin un sentido concreto y le quita su apoyo comprendiendo que su pareja no tiene intenciones de reinsertarse en la sociedad; dejándolo entonces a merced de la policía cada vez más cerca de atraparlo y sin perderle el rastro.
Sin embargo, esa es la cáscara que recubre una trama policial básica mucho más profunda y ambiciosa que resignifica la idea de la huída, así como la del encierro y la libertad. a ¿De qué huye verdaderamente el protagonista? ¿De sí mismo?; ¿Del sistema?
Lejos de responder a los interrogantes, el relato fluye junto a la desesperación del personaje construido maravillosamente desde el guión escrito también por Benjamin Heisenberg, quien con sutiles marcaciones y características retrata a un individuo atravesado por una cantidad de tribulaciones, recubierto de una capa amoral, resignación y voluntad de supervivencia asombrosa, la cual genera una empatía singular con el espectador más allá de juicios de valor a posteriori por sus actos.
El realizador alemán Benjamín Heisemberg hace un uso inteligente del plano secuencia impregnando de incesante ritmo a un relato cortante, por momentos opresivo, que dejará sin aliento y del que es imposible escapar.