El fenómeno de las remakes no es precisamente nuevo, pero en los últimos tiempos se está expandiendo la idea de hacer una versión distinta para cada mercado. Ocurrió con la italiana Perfectos desconocidos, está pasando con la coreana Miss Granny y por estos días se viene el aluvión a partir de la chilena Sin filtro.
En efecto, la exitosa y mediocre comedia dirigida por Nicolás López en 2016 (actualmente disponible en Netflix) tuvo esta remake española a cargo de Santiago Segura titulada originalmente Sin rodeos y que ahora llega a los cines locales como Sin filtros. Pero eso no es todo: dentro de tres semanas desembarcará Re loca, con Natalia Oreiro, que no es otra cosa que la versión argentina de la fórmula. Y ya se estrenaron las producciones en México (Una mujer sin filtro), en Panamá (Sin pepitas en la lengua) y se viene la de Estados Unidos (a cargo de la compañía de Eva Longoria).
La otra tendencia -igualmente preocupante- tiene que ver con dos directores otrora provocadores del cine español que se han convertido en serviles realizadores de remakes impersonales, personal por encargo que cumple mansa, cansinamente con productos sin vuelo. Pasó con Alex de la Iglesia con Perfectos desconocidos y ahora con Santiago “Torrente” Segura con Sin filtros/Sin rodeos.
Aunque algo más fluida y elegante en lo visual que la original chilena, Sin filtros/Sin rodeos es una suerte de repetición del esquema de Después de hora, de Martin Scorsese; o Un día de furia, de Joel Schumacher (o sea, todo lo que puede salir mal saldrá peor), con protagonista femenina y la debida actualización temporal (en este caso, una apelación recurrente y bastante torpe de la “dictadura” de las redes sociales).
La encantadora Maribel Verdú hace lo que puede (y es bastante) con el papel de Paz, una mujer casada y con un trabajo fijo en una agencia de comunicación. Sin embargo, las cosas con su insufrible marido artista plástica (un desaprovechado Rafael Spregelburd) no marchan nada bien y en lo laboral su jefe mujeriego le pone a una influencer juvenil por encima porque ella ya es un espécimen “vintage” (el personaje tiene 39 años y Verdú, 47).
El trazo grueso, los diálogos a los gritos, las situaciones obvias y el escaso ingenio imperan en Sin filtros/Sin rodeos, una comedia que no irrita, que por momentos incluso se puede seguir con cierto agrado en su ligereza, pero que no aporta nada nuevo. Esperemos que la versión argentina con Oreiro ofrezca algo más de riesgo, de audacia, de provocación.