Moda, marketing o tendencia, da la casualidad de que Sin Filtros, remake española de una película chilena que puede verse en Netflix, se estrene aquí pocos días antes de Re Loca, con Natalia Oreiro, su versión argentina. ¿Tan irresistible es la historia de la cuarentona al borde del colapso que toma una pócima y se convierte en la más empoderada de las mujeres? Con la dirección de Santiago Segura, que se reserva el papel del gurú, esta versión saca provecho de la frescura y el atractivo de Maribel Verdú, que soporta la convivencia con un pedante artista argentino -Rafael Spregelburd- que vive de ella, la competencia con una instagramer contratada como estrella por su jefe miserable, veinte años menor, y el multitasking que termina por provocarle un panic attack. Un catálogo de situaciones bastante obvias que subrayan, sin sutilezas, lo que queda claro desde un principio y resulta previsible desde la otra mitad: cuando la protagonista trague el líquido mágico, capaz de borrar su represión de un plumazo, y se dedique a mandar al diablo a todo el mundo. Además de Verdú, son los chispazos de irreverencia que uno podía esperar del creador de Torrente -escasos- lo que salva a Sin Filtros de lo llanamente exasperante: desde la gastada contra la petulancia argentina que encarna con brillo Spregelburd y sus divertidos secundarios, la gran Candela Peña o Enrique San Francisco y, por supuesto, la invitada musical de postre, Alaska.