Comedia argentina al modo de Hollywood
El nuevo film del realizador de Cara de queso consigue cumplir efectivamente con varias reglas de las películas de encuentros y desencuentros amorosos. Y a pesar de sus virtudes termina ateniéndose demasiado a esos mismos esquemas.
Opus 4 de Ariel Winograd (Cara de queso, Mi primera boda, Vino para robar), Sin hijos es lo más parecido a una comedia de Hollywood que el cine argentino haya dado desde Carlos Schlieper para acá. Schlieper se movía dentro de la screwball comedy, género cuya propia esencia permitía altas dosis de subversividad, permitiendo jugar con infidelidades, roles sexuales y relaciones de poder. Sin hijos es una comedia romántica y en las comedias románticas las convenciones y el ideal quedan más a la vista: flechazo, relación soñada, distanciamiento, consumación. Allí donde Schlieper usaba el género, Sin hijos parece aspirar a él, haciendo de lo que debería ser base de lanzamiento su meta. Todo lo cual la limita, la encierra. Eso sí: quien quiera pasar un rato agradable con una película argentina “que parezca de Hollywood”, acá tiene esa rareza.La escena inicial presenta un encuentro entre los futuros enamorados tan atípico como las tradiciones piden. En una oficina pública, Gabriel (Diego Peretti) y Vicky (Maribel Verdú) se sientan uno al lado del otro para sacarse una foto, como dos perfectos desconocidos, pero de pronto se miran y se saludan efusivamente: se conocen desde la adolescencia. Es obvio que para Gabriel Vicky siempre fue la chica imposible y allí ocurre lo que no suele ocurrir: ella, que parece dispuesta a todo y ya, lo invita a acompañarlo de inmediato en un viaje. No debe revelarse cómo se resuelve la situación, pero tampoco disimular que a la escena siguiente hace su aparición una de las fantasías más de- sagradables del hombre medio porteño. Uno que no aparecía tan crudamente desde las películas de Eliseo Subiela (No te mueras sin decirme adónde vas, por ejemplo), y que por suerte el resto de la trama atenuará.Unos años más tarde, Gabriel está separado y Vicky reaparece, tan arrebatadora como la vez anterior, por lo cual será suficiente con que aquél se deje arrastrar por ese huracán morocho, de ojos grandotes y chisporroteantes. ¿Qué hace una madrileña acá? Trabaja como agente turística, modo elegante de resolver la necesidad impuesta por la coproducción. ¿Qué hace él? Se la pasa diciendo que le faltan tres materias para recibirse de arquitecto, pero administra la casa de música fundada por su padre y no se decide a ser músico de una buena vez. Pero el verdadero problema es Sofía, la mujer que absorbe la vida de Gabriel. Tiene 8 años y a una velocidad mental que triplica a la de su padre le suma una madurez como del doble de su edad, así como un carácter inteligentemente tiránico (es la clase de tirana a la que no se puede dejar de servir). Retirado de las pistas del amor desde su separación, Gabriel es incapaz de estar más de dos minutos con una chica sin hablarle de Sofía (divertidísima la escena en que una pareja amiga le presenta a una candidata). Y sucede que Vicky es una fundamentalista de la militancia anti-hijos. Por lo cual Gabriel deberá intentar lo imposible: no hablar de Sofía. Peor aún, lo imperdonable: negar su existencia.Con rubros técnicos cubiertos por profesionales de primera (de Félix “Chango” Monti en más) y un elenco se diría que ideal (Diego Peretti se confirma como el comediante perfecto del cine argentino; Maribel Verdú brilla por donde se la mire), Sin hijos tiene el timing que tiene que tener, no presenta lagunas rítmicas o narrativas y ofrece cuatro o cinco momentos cómicos muy logrados. Pero no carece de desniveles. Si bien se nota la atención puesta en los personajes secundarios, algunos (el amigo médico interpretado por Guillermo Arengo, con su pragmatismo extremo, que contrapesa la escasa practicidad del protagonista) están mejor desarrollados que otros (el hermano menor de Martín Piroyansky, de quien se conoce poco más que su cuelgue hippón). En el papel de Sofía, la debutante Guadalupe Manent roba escenas a lo loco. En más de un momento, demasiado. Pero el problema de fondo de Sin hijos es su ambición, que parecería terminar allí donde debería empezar: en ajustarse a las reglas de composición del género. Lo logra, a costa de no permitirse ni un pasito que desajuste un poco tanta pauta.