Listo, tenemos comedia en la Argentina. Ariel Winograd construye con su cuarto largometraje una historia de timing perfecto: él se enamora de ella, ella no quiere ni gusta de los chicos, él tiene una hija. Y la comedia se trata de tomar este tema quizás casi trágico y transformarlo en la épica de conquistar la felicidad. O sea, una película feliz en sentido amplísimo. Diego Peretti es uno de los pocos actores argentinos que conoce las herramientas de la comedia, su tempo justo. Y cuando un director que no mira cine para admirarse sino para aprender colabora con él, no puede fallar. Y aquí no lo hace. De paso tenemos a la bella Maribel Verdú que también conoce esos mecanismos (¿Quién la olvidó en Belle Epoque? ¿La olvidaron allí? ¡Herejes!) y el mayor peligro del cine tornado virtud: una niña (Guadalupe Manent) que juega el mismo juego con una habilidad extraordinaria. El film tiene toda clase de humor y el personaje principal tiene algo del mejor Ben Stiller, lo que implica lección aprendida e integrada al cuerpo. Como Vóley hace un tiempo, confirma que nuestro cine sabe hacer reír sin dejar de ser cine.