Gran momento para el cine nacional, con diversas propuestas para todos los gustos ya sean más tradicionales o tirando hacia el lado del género.
En esta ola de buen cine ubicamos a Sin hijos, cuyo sello de su director ya es perceptible desde los títulos iniciales.
Ariel Winograd sabe hacer comedia como nadie en el país, tal vez es el mejor y si uno entra en sintonía con sus películas descubrirá muchos guiños propios de un obsesivo y perfeccionista creando de esta manera un estilo inconfundible.
No importa quién escriba sus largometrajes porque cuando él agarra el guión se adueña del mismo y le implanta su persona por todos lados, ya sea en los chistes de ghetto, en los absurdos o en las situaciones ridículas e inverosímiles, pero por sobre todo en los personajes.
Ahí nos encontramos con un Diego Peretti sin desperdicios que se mete de lleno en ese gran padre que interpreta. Algo que después tiene que esconder por la eternamente sexy Maribel Verdú, que tal vez es lo más flojo de la película.
Pese a estas dos grandes y reconocidas figuras, la que se lleva todos los aplausos es la pequeña Guadalupe Manent.
Los intercambios que tiene con Peretti no solo son geniales y graciosos sino que también hacen relucir el gran vínculo generado. Un verdadero hallazgo, de esos que dan ganas de seguirle la carrera.
El resto del elenco lo completan los sospechosos de siempre de Winograd tales como Pablo Rago (sólido como es su costumbre) y Martín Piroyansky, su actor fetiche que suele llevarse los mejores momentos y/o subplots memorables tal como en este estreno.
La fotografía es propia de una comedia de Hollywood pero argentinizada y digo eso como un gran halago. No hay ni pretensiones ni grandilocuencias.
Por su parte la música cuenta con temas muy bien empleados al ritmo de un montaje rápido que hacen que el film sea vertiginoso aún para este género.
Sin hijos es una comedia para disfrutar, mejor que la gran mayoría que suelen estrenarse, y eso no es poco.