Entre todas las películas, ninguna
El tema con hacerse el canchero, o el pulp, o el zarpado, es que hay que hacerlo todo el tiempo, porque si no no vale. Típico caso de camaleonismo à la page, Sin límites se hace la canchera cuando le conviene. En otros momentos quiere pasar por alegoría seria (sobre las consecuencias del drogarse en exceso), drama íntimo (sobre un tipo que no hace una bien), thriller inteligente (sobre uno cuyo coeficiente intelectual le permite convertirse, de la noche a la mañana, en wise guy de Wall Street), cyberthriller (sobre un nuevo producto farmacéutico que te transforma en Superchico), peli de acción (con matones al servicio de un poderoso, mafiosos rusos y persecuciones) y así. Como de costumbre en estos casos, de tanto querer ser tantas cosas (cuestión de embocar todos los targets posibles), se termina por no ser ninguna.
Basada en una novela y dirigida por Neil Burger (director, unos años atrás, de la exitosa-vaya-a-saber-por-qué El ilusionista), Eddie Morra (Bradley Cooper, galán de ambas ¿Qué pasó ayer?) es el típico escritor bloqueado, que consigue un anticipo para una novela pero no puede escribir una línea. Vive en un tugurio, pierde a la novia (la rubia Abbie Cornish), toma de más, anda hecho un desharrapado. Hasta que se cruza de casualidad con su ex cuñado, ex dealer que asegura no dilear más... y sin embargo le hace probar la NZT. Se trata de una pastillita experimental que cierto laboratorio aún no patentó y está en período de prueba. Jugado por jugado, Eddie descubre que la pastilla expande la capacidad cerebral hasta límites que sorprenderían al Don Juan de Castañeda.
Gracias al NZT, Eddie termina la novela, recupera a la novia, se levanta a varias más en el camino y termina asesorando a un tiburón de las finanzas (De Niro, “sonambuleando una vez más su papel”, opinó un crítico estadounidense), mientras huye de la persecución de unos mafiosos rusos, de esos que si te agarran te dejan hecho una balalaika. El cancherismo de Burger y el guionista consiste en, por ejemplo, empezar la película in media res, con el protagonista a punto de tirarse por un balcón sin que se sepa por qué, para ir luego hacia atrás y explicar cómo se llegó a ese punto. O en ciertos efectos visuales campy, como una lluvia de letras que cae sobre la notebook, en el momento en que el tipo se larga a escribir. O en la multiplicación de Eddies, como signo de la nueva potencia que la pastillita le otorga. O en el elemental efecto lumínico de dar más luz, cada vez que el NZT le pega a Eddie en el cerebro. O en el reiteradísimo recurso del travelling (falso, porque es digital) hacia delante, como expresión visual del efecto de la droga.
Pero la aparición de De Niro parecería sonambulizar la película entera, que pasa por su fase de drama de abstinencia, al estilo Días sin huella o Días de vino y rosas. Conseguida más droguita, viene la historia de ascenso del muchacho (Bradley Cooper está muy bien y es sin duda lo mejor de la película), como en una nueva Wall Street. Entre tantas películas posibles, lo que no aparece es una película posible.