Pastillas para pensar, películas para no tener que molestarse
Durante más de 45 minutos, Sin Límites aguanta considerablemente el avance de la trama como para que no se escape oportunidad alguna de mostrar la facha de Bradley Cooper en una serie de escenas de discutible funcionalidad y estética publicitaria. El paso de escritor fracasado a visionario enciclopédico (vía droga ilegal que lleva al máximo las capacidades de su inteligencia) está descripto en repetidas secuencias en las que Cooper pone su cara más irresistible al mismo tiempo que escribe en la computadora como si quisiera vendernos una All-In-One, se codea con el jet set en postales que parecen campañas estáticas de una boutique y derrite salvajemente a las chicas sin que se le mueva un pelo, como en esas publicidades tan abstractas de los perfumes.
Una vez que la película decide dejar de exhibir al dandy con un FX pomposo, para comenzar a hablar de los efectos secundarios de la pastilla en cuestión, o de su escasez, y presentar algunos enemigos y obstáculos en el camino de Eddie -el personaje de Cooper-, aparecen varios caminos posibles de recorrer: el liso y llano thriller, la exploración del vanidoso mundo financiero à la Wall Street ochentosa de Oliver Stone, o incluso cierto tratamiento crítico de la cuestión del tráfico y ocultamiento de drogas y medicinas. Lo que quedó es una historia avanzando a los tumbos en un metraje insuficiente, que ignora tecnicismos (el epílogo muestra a Eddie haciendo cosas que la pastilla no debería lograr) y descarta rápidamente a villanos y personajes secundarios que aportaban algo de interés. Las vueltas de tuerca, encimadas y obvias, se divisan a lo lejos sin necesidad de tomarse ni un Fosfovita.
¿Se me permite un apartado personal? Disconforme con limitarme a desdeñar los aspectos de la película para mandarla al diablo en dos párrafos y tres puntos, me puse a amasar una idea que me quedó rebotando, sobre cuál es ese camino que toma Sin Límites una vez que pone el foco sobre los conflictos. Quizá cierta idea de distopía, en cómo Eddie y su enemigo más peligroso (un prestamista ruso de métodos mafiosos), lejos de aprovechar el poder que les da la NZT para emprender algo beneficioso para la sociedad, se dedican a escalar hasta donde puedan la montaña social, sumarle ceros al patrimonio y destruirse entre sí, física y financieramente. Nuevamente, la estética tan canchera de la película entrega estas decisiones como si fueran productos que vender, y como si la mejor manera de alcanzar los objetivos fuera dejar de esforzarse y tomar la bendita pastilla todos los días. Esté exagerando o no, es mejor que una vez terminada esta reseña no le dedique más pensamientos a este desperdicio de celuloide. Y me ponga ya mismo a hacer unos sudokus.