Sin límites

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

Pasta de campeón

Sin Límites (Limitless en el original) es la expresión última del sueño americano, y quizás por extensión, del sueño de todos.

Porque esta película, de irregular narración, tiene a su favor una sinceridad pocas veces vista por estos tiempos. Film que juega a ser historia de amor, historia de ascenso y caída en desgracia y thriller del mercado de valores (como Dos por el Dinero con Al Pacino y Matthew McConaughey) para finalmente convertirse en documento de esta necesidad del éxito urgente, de la medida del ser vivo de hoy, del dinero.

La historia comienza con un escritor que tiene en sus manos su primera novela. Este es Eddie Morra (Bradley Cooper), un hombre que por fin ha cumplido su sueño, puede trabajar de lo que le gusta. Pero cuando se encuentra frente al papel, no puede escribir ni una palabra. Pasa los meses entre televisión, pizzas frías, bares y ojeras, se va diluyendo su convicción, su inspiración no existe. Y como si fuera poco, su novia lo deja.

En medio de ese vertiginoso descenso se cruza con un ex cuñado que le ofrece la felicidad en un pequeño comprimido. Una droga que potencia la inteligencia. Pero a no confundirse, no lo vuelve un poco más inteligente, lo convierte lisa y llanamente en una máquina de razonar y de agudeza, esta claridad lo colma confianza, se transforma en lo que desea ser, un triunfador. Termina su novela en días y esa lucidez lo trasforma hasta el punto de mejorarlo físicamente.

Es en ese momento donde se funda la película. Porque Eddie Morra podría escribir todos los libros que hubiera soñado, pero luego de conocer a un agente de bolsa distingue lo que realmente quiere, dinero. No deseaba escribir un libro, ambicionaba el éxito.

Y así la bolsa, el mercado del dinero, es el terreno donde se sentirá más cómodo.

¿Acaso no es allí donde creemos que el dinero está a un clic (o píldora) de distancia?

La elección no es inocente, la bolsa de comercio es la expresión máxima de que el cielo y el infierno son un subibaja vertiginoso e incomprensible. Un día millonario, otro día vagabundo, ejemplo cinematográfico es aquel final de la gran comedia De Mendigo a Millonario (con Eddie Murphy).

Pero todo pacto con el diablo se tiene que pagar. La adicción a la droga de a poco lo va destrozando, se suceden lagunas mentales, y la adrenalina de no tener límites lo convierte en un ser de puro desenfreno e inconciencia.

En medio hay un interés amoroso, una vinculación con la mafia rusa, la posibilidad del salto a las grandes ligas (con Robert De Niro como inversor a gran escala) y gente que busca esa droga experimental de la que se apropió. Tantas variables abruman.

El nivel de intensidad de thriller que busca es fallido, aun así, esa honestidad sobre el triunfo a cualquier costo y ese egocéntrico y pedante comportamiento de Eddie (que bien le sale a Cooper ser inescrupuloso) es algo que no se ve seguido.

La decisión que presenta como escenario final (más allá de Wall Street) es una clara declaración de cual es hoy el negocio máximo, gracias Burger por este descaro, imperfecto, pero descaro al fin.