Atracos, desamparo y balazos en una Texas desolada y polvorienta
“Qué es robar un banco después de los que ellos nos han robado”. El mensaje suena furioso y resignado en medio de una Texas polvorienta donde los carteles del camino sólo anuncian créditos y deudas. Pueblitos afligidos y sin salida, y pobladores aburridos y desolados le ponen clima, aridez y melancolía a esta película magnífica, socarrona y testimonial, que nos trae cuatro personajes inolvidables y sobre todo la cara de la crisis desde la mirada de un aburrido vecindario que ve a los ladrones con la misma simpatía con que ven a a los policías.
Western de la nueva época, con las 4x4 remedando a las cabalgatas justicieras, con diálogos perfectos y elocuentes que están allí para dar información sobre el lugar y sus criaturas, como debe ser. Dos hermanos se largan a robar bancos. Lo que buscan es saldar una hipoteca. Uno de ellos salió de la cárcel. El otro está esperando poder ponerse al día con esos bancos que lo dejaron sin nada. Quiere dejarles a sus hijos un mejor futuro, “porque aquí la pobreza es como una enfermedad que se transmite de generación en generación”. Enfrente tienen a dos rangers que están de vuelta. Un sheriff (magnifico Jeff Bridges) y un descendiente de comanche, los que fueron “señores de estas llanuras”.
Hay mucha humanidad en estos cuatro tipos que copian a su paisaje, seres desolados, sin horizonte, puestos al costado de la ruta. Guión perfecto, acción, pincelazos sutiles. Cine de alta escuela, intenso, llevadero, sin tiempos muertos, con ese buen hermano que se juega todo por el otro, con otros personajes fuera de lugar y tiempo y ese sheriff que antes de jubilarse necesita alguna historia caso que le dé sentido a su recorrido.
Hay acción, hay humor, hay diálogos certeros y sabrosos apuntes sobre el lugar y su gente. Un western de la nueva escuela que tiene un único villano: esos bancos que se van quedando con todo.