Pasatiempo.
La idea de tiempo es inexplicable, ya lo sabemos. Nos es imposible de definir con exactitud al tiempo. Pero sí, tal vez, lo podemos sentir. Podemos sentir que Sin Nada Que Perder es una película lenta. Lenta jamás es sinónimo de aburrida. Piénsese en un baile lento. Tal vez signifique llegar a lo sexual más rápidamente. Por eso, la lentitud, no necesariamente se debe pensar como un error. Pensar lentamente tampoco es un defecto. Tomarse el tiempo necesario, significa automáticamente darse el tiempo para pensar. Lo automático significa necesariamente la ausencia de tiempo para pensar. Necesitamos de tiempo para poder tener nuevas ideas.
Aquí, el Texas Renger Marcus Hamilton (Jeff Bridges) intenta atrapar a dos ladrones de bancos en Texas. Detectives pueblerinos buscan a fugitivos pueblerinos. Por eso los tiempos se aletargan. Cada ser humano vive con la velocidad de las costumbres de su entorno. Que Marcus trabaje y piense a otra velocidad no significa que los delincuentes le saquen ventaja. Así, estos tiempos dilatados, nos dan herramientas para seguir atentamente los razonamientos de los personajes. Podemos disfrutar las justificaciones de los hechos que se suceden. Podemos entender y divertirnos con la trama socioeconómica que se pone en juego en la película.
De esta manera, en Sin Nada Que Perder, las imágenes, las acciones y el montaje van tomando un ritmo pausado. Acompañando la particularidad de sus personajes. Todo se amalgama en varios niveles, mezclándose en el mismo compás. El personaje de Jeff Bridges, es un héroe patético, que en la ficción no será recordado por nadie, pero que para los espectadores será difícil de olvidar, por más que el tiempo pase.