Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster) son dos hermanos rednecks, típicos americanos pobres del sur norteamericano que tienen su casa embargada, que odian a los bancos y deciden salir a robarlos (en parte, para cancelar la deuda, en parte como venganza anti-sistema). El comisario local Marcus (otro gran protagónico de Jeff Bridges) tiene como lugarteniente a Alberto, un hijo de mexicanos. A ambos, antes de que empiecen a investigar el caso, lo primero que le aclaran es: los delincuentes son blancos. Todo esto sintetiza de algún modo la realidad norteamericana. La famosa burbuja hipotecaria que explotó en 2008 todavía tiene secuelas y muchos de los afectados son americanos blancos pobres; estos tienen un gran resentimiento contra el sistema, son posibles votantes de Trump, lo mismo que aquellos que creen que el crimen se reduce a mexicanos y a hijos de inmigrantes. Este panorama, que se traduce entrelíneas, y sin trazo muy delicado, no guarda relación ni está a la altura de la trama: un simple policial con algún ribete de western (en especial por la relación entre los buddies policías, uno rubio, el otro mestizo), que por momentos resulta directamente soporífero. Haber ahondado en el drama hubiera dado mejor resultado, quizás. Lo cierto es que esta película, con su buena propuesta y fotografía, con actuaciones sólidas, candidata al Oscar en varias categorías, resulta una oportunidad desperdiciada.