Con cuatro nominaciones a los premios Oscar -incluyendo mejor película y mejor guión original- llega a los cines argentinos Sin Nada que Perder (2016), un moderno western policial sobre las aventuras de dos hermanos que, ante la necesidad económica, deciden asaltar una serie de bancos para salvaguardar la hacienda familiar. Una historia sencilla, de pueblos olvidados, tipos duros y héroes de carne y hueso, que además retrata con agudeza y humor la vida rural en el interior de los Estados Unidos.
Los forajidos en cuestión son los hermanos Tobby (Chris Pine) y Tanner Howard (Ben Forster). Ambos tienen personalidades bien opuestas: el primero es un padre de familia divorciado, astuto, frío y calculador; el segundo es un ex convicto roba bancos, impulsivo, sanguíneo y que viene de cumplir 10 años de cárcel por matar a su violento padre. Ante el inminente remate de la propiedad familiar por parte del “Midland Texas Bank”, Tobby diseña un plan que involucra una serie de asaltos a pequeñas sucursales de la misma entidad bancaria para luego levantar la hipoteca con el dinero robado.
Pero claro, en esta épica cuasi romántica se enfrentarán al ácido e intuitivo Sheriff Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y al oficial Alberto Parker (Gil Birmingham), los encargados de darles caza.
Dirigido por David Mackenzie y guionado por Taylor Sheridan (responsable del libreto de “Sicario”, de Denis Villeneuve) la película encierra una fuerte crítica social al sistema bancario, responsable del desguace y empobrecimiento de muchas poblaciones rurales, que al endeudarse mediante préstamos y créditos “accesibles”, luego terminan vendiendo sus propiedades por necesidad, a manos de intereses impagables.
En este aspecto, "Sin nada que perder" es una especie de fantasía justiciera, en la que dos héroes de carne y hueso intentan vencer al sistema en su propio juego. Lo interesante, no obstante, es que Toby y Tanner no sólo deben luchar contra “el sistema”, sino también contra un montón de personas que, aún reconociendo perfectamente que el problema del pueblo son los bancos y sus prácticas corruptas, actúan para defenderlo.
La inteligente mirada de Sheridan explora esta contradicción alumbrando el cinismo con el que algunas estafas flagrantes (las especulativas, en este caso) adquieren legitimidad y respaldo por el sólo hecho de ser “legales”, mientras que otras acciones, por más justas y nobles que sean, son “criminalizadas” por atentar justamente contra ese status quo.
Mackenzie retrata con naturalidad y cierto humor absurdo la esencia de estos pueblos desolados del oeste de Texas: sitios sórdidos, aislados y fantasmagóricos, habitados por gente bizarra y ermitaña que por momentos nos recuerdan al mejor cine de los hermanos Cohen. La escena de la vieja camarera que les ordena a los policías que elijan su menú en función de lo que NO quieren comer se lleva todos los premios.
Pero sin dudas, "Sin nada que perder" no sería lo que es sin la maravillosa química lograda entre las dos parejas protagónicas. En ese sentido, podríamos catalogarla como una suerte de “Buddy Movie del lejano oeste”. Bridges y Birmingham articulan una dupla tan disfuncional como divertida, mientras que Pine y Forster le dan vida a una relación de hermanos tan auténtica que uno podría creer que en la realidad también son familia. En ambos casos, pese a las idas y vueltas, discusiones y puntos de vista divergentes, se respira el cariño y compañerismo que sienten el uno por el otro.
Las actuaciones en general son geniales (no sólo la de los protagonistas, sino también la de todos los pequeños personajes que pululan a lo largo del relato). Pero vale la pena destacar el papel de Ben Forster y el del interminable Jeff Bridges, que suma otro papel memorable a su extensa carrera y que, quizás, hasta lo termina coronando con una estatuilla dorada en los Oscar.
La música y la fotografía son otros dos factores fundamentales que acompañan la tonalidad dramática y el sentido general de la obra. "Sin nada que perder" es un filme redondo que, como pocas veces, ofrece la posibilidad de ir al cine a disfrutar de un producto de calidad, divertido, cuidado y profundo.