Si un objetivo tienen en claro los dos hermanos es el de pagarles con la misma moneda a aquellos cuervos que esperan, impacientes, a que se den la cabeza contra el piso. Y a ese plan lo cumplen robando en esos bancos que les robaron todo a ellos simplemente para volver a poner todo su dinero bajo la protección de esas instituciones, como para darle un toque cínico a la acción de convertirse en unos Robin Hood en botas de cuero. Pero lo cierto es que ese plan, brillante en su gesto irónico, demuestra lo poco que entiende Mackenzie la moral del western. Aquí, el peso de lo ambiguo de sus acciones es cargado por Toby, quien quiere que todo se haga de la manera más limpia y amable posible, sin matar a nadie y tratando bien a los empleados. Que quede claro: él es una buena persona que hace algo malo por buenos motivos. La zona gris de sus actos queda deliberadamente fuera del conflicto, restándole una importancia que se intuye vital para entender las formas en las que en el mundo se desarrollan el bien y el mal, que, lo sabemos, nunca son tan inconfundibles, sino que más bien se mezclan, se chocan y se contradicen aún en las más excepcionales de las situaciones. La mesera a quien le deja doscientos dólares de propina lo comprende mejor que él.