A medias western y a medias thriller de ladrones y policías, es la historia de dos hermanos, Toby y Tanner Howard, que tras la muerte de la madre roban bancos para evitar que ejecuten el hipotecado rancho familiar. Los tipos no son profesionales. Toby (Chris Pine), un divorciado que intenta recomponer relación y saldar deuda con sus hijos y su ex. Tanner (Ben Foster) acaba de volver: se ha pasado diez de sus 39 años preso. El plan de los hermanos entraña cierta justicia poética y bien contemporánea: pagar la deuda para salvar la casa materna con el dinero robado al mismo banco que la está por ejecutar.
El director inglés, David Mackenzie y su guionista, el actor y director Taylor Sheridan (que escribió Sicario) desarrollan un argumento inteligente con amorosa atención a los detalles, de los que se nutre la película y que dibujan, con el aporte de la fotografía, un mapa humano del oeste de Texas, pampas áridas habitadas por gentes de armas llevar. Son esos pueblos cuya fotogenia ofrece múltiples colores y sensaciones parecidas a la soledad -un único banco, un único bar atendido por una señora malhumorada- entre caminos polvorientos surcados por coches destartalados, como el de los protagonistas. El fresco de personajes que aparecen por esos caminos enriquece y llena de gracia el fantástico guión, que estuvo en la blacklist de 2012, la lista que se publica anualmente con los libretos que gustaron pero no llegaron a producirse. Un guión cuya estructura opone a la pareja de hermanos la formada por los veteranos rangers que los persiguen, el memorable Jeff Bridges como Marcus Hamilton y su compinche, el mestizo Alberto (Gil Birmingham). Y que saca el jugo a la dialéctica entre el amor duro, filoso, que se profesan los hermanos en su diferencia, y estos policías que se soportan como entrañables jubiladas pero pueden meterte un tiro entre los ojos a trescientos metros de distancia. Hay que verlo a Bridges con respiración de epoc, trepando una colina, o molestando a su compañero con una artillería de chistes cariñosamente racistas, pero tratando con notable dulzura a una cajera mexicana. Por la convicción y verdad que transmiten sus intérpretes -a través de diálogos precisos, reveladores, a menudo desopilantes-, bien merecería la película un premio al elenco todo. No hay forma de no quererlos a estos personajes, ni malos ni buenos, mientras la película viaja entre el género clásico y la crónica de una de tantas historias de la crisis norteamericana. Y nosotros, contagiados por su humor y sus emociones, viajamos con ella.