Una tragedia americana.
La siguiente crítica cuenta la trama del film, aquellos que no lo hayan visto aun están avisados.
El cine norteamericano, el más rico y sofisticado del mundo, ha sabido desde siempre tener una mirada crítica y descarnada de su propia sociedad. A lo largo de las décadas toda clase de cine ha convivido sin problemas y una parte de ese cine ha sido aquel que observaba las tragedias que en diferentes momentos se vivían en suelo norteamericano. No hablamos de esos pobres films que se caían de boca con sus protestas superficiales, sino de aquellas obras trascendentes que podían retratar la aldea y a la vez el mundo, que sabían mostrar un mundo en el cuál héroes y villanos convivían en un mismo personaje, en un mismo escenario, sin que hubiera ganadores y perdedores. Esas tragedias americanas han tenido diferentes estilos, pero se les reconoce un hilo que la une y confirma su solidez. Al ver Sin nada que perder se puede recordar film diferentes entre sí pero con puntos en común como Viñas de ira de John Ford, La última película de Peter Bogdanovich, Un mundo perfecto de Clint Eastwood y La pandilla Newton.
La historia es la de dos hermanos tienen un plan para asaltar bancos. A medida que avanza la trama sabremos cual es el motivo de dicho plan y también conoceremos la forma en la que operan. No desean otra cosa más que pagar la deuda que pesa sobre la granja de la familia que han heredado. En ese terreno hay petróleo y si lo pierden también perderán la posibilidad de aprovecharlo. Los hermanos no son iguales, uno ha salido de la cárcel y ha estado siempre al margen de la ley, el otro no tiene antecedentes y solo busca lo mejor para sus hijos que viven con su ex mujer. El dinero es para ellos, la herencia es para ellos. El plan es no lastimar a nadie, la pelea es contra los bancos. El objetivo no es robar para siempre, tan solo llegar a una cifra. Pero desde las primeras escenas la desolación del lugar y el tono del film anuncian la tragedia. No hay que ser adivinos, la película nos anuncia a cada momento que el camino llevará más tarde o más temprano hacia un desastre. En paralelo conoceremos a un oficial de policía llamado Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y a su compañero Alberto Parker (Gil Birmingham), quienes terminarán a cargo de la investigación. Pronto descubrirán que los habitantes de los pueblos no sienten desprecio por los ladrones, al contrario. Lentamente el espectador vivirá lo mismo. La película acierta al hacer que nos identifiquemos tanto con los asaltantes como con los dos policías. Pero es obvio que no podrán salir todos felices de la historia. Es más, tal vez ninguno salga victorioso del enfrentamiento. Esa carga pesa sobre los espectadores que saben que alguno va a fracasar y no hay lugar para escaparse de eso. Aun en los bellos espacios abiertos que la película retrata, el clima es asfixiante. La tierra parece seca, la vida parece apagarse a cada instante, hay una indiscutible maestría en el director que es capaz de expresar tanto con imágenes y no depender tanto de los diálogos.
Western moderno, tragedia, policial, Sin nada que perder esa una película que abreva en una larga tradición de narración clásica y está filmada y actuada con una solidez digna de un clásico. Su retrato social va más allá de Estados Unidos, sus personajes habitan y sobreviven en un mundo injusto. Combaten entre ellos mientras un enemigo mayor los supera. No están idealizados, ni son condenados. Si hay una victoria será a un precio enorme. El ladrón y el policía terminan condenados a vivir para siempre con ese peso, unidos por las muertes que pesan sobre ellos. Con las películas mencionadas anteriormente Sin nada que perder comparte espíritu, tono y género. Pero comparte sobre todo su extraordinaria calidad cinematográfica.