Sin Nada Que Perder, la nueva película de David Mackenzie, una de las nominadas al Oscar a Mejor Película.
Los hermanos Tanner y Toby Howard (interpretados por Ben Foster y Chris Pine) cometen una serie de robos a la misma entidad bancaria en distintos pueblos de Texas. Lo que los lleva a cometer esos delitos es obtener dinero para salvar una granja que han heredado, acuciada por la usura de los bancos. Aparecen en escena quienes investigan estos atracos, Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y Alberto Parker (Gil Birmingham), dos Ranger de Texas que seguirán las pistas que van dejando los primeros en su raid delictivo.
El guión de Taylor Sheridan, responsable de Sicario, deja en claro que los verdaderos criminales de este relato son los bancos, como nuevos villanos en el cine. Instituciones que son salvadas por el Estado en caso de colapsos económicos pero que son empresas que, con letra chica e intereses abusivos, dejan más víctimas y daños colaterales que las producidas por la delincuencia. La película bajo la dirección del escocés David Mackenzie muestra el robar como un hecho con cierto romanticismo, la puesta en escena del dicho “ladrón que roba a un ladrón…”, con una descripción descarnada y desencantada del presente, con conciencia de que el género de robo a banco siempre tuvo un atractivo del suspenso asociado a cierta noción de acto de justicia. Porque en este caso no se trata de perfectos planeamientos, sino de episodios realizados con cierta torpeza y desesperación.
Los distintos contrapesos de los cuatro personajes principales: un hermano ex convicto, dispuesto a todo; otro presionado por las circunstancias, separado y con dos hijos varones; un sheriff próximo a jubilarse de mala gana, que descarga su mal humor con dardos verbales plagados de racismo y su compañero indio, se destacan por sus balanceados matices.
Humor negro, persecuciones, tiros, pintura social en paisajes polvorientos, cafeterías con camareras de antología y tipos que han cambiado el caballo por camionetas 4×4, que hacen uso y abuso de la portación legal de armas, chistes racistas y tensiones sociales son los elementos con los que se vale Sin nada que perder, que ayudan a saber quiénes son los votantes de Donald Trump y confirman lo que todos sospechábamos: que hay otra USA, además de la retratada en las grandes ciudades, como New York, Los Angeles o Chicago.
Las melodías hipnóticas de Nick Cave y Warren Ellis acompañan a la perfección los aires desolados de los paisajes desérticos y pueblos solitarios de Texas. Las excelentes actuaciones tienen sus puntos altos en un Jeff Bridges colosal y el mejor trabajo hasta la fecha de Chris Pine, más dos actrices que resaltan en los breves momentos en que aparecen: Margaret Bowman y Katy Mixon. Se sabe, no hay papeles pequeños para grandes intérpretes.
Sin nada que perder es la representación perfecta de lo que debe ser un western moderno, situado en el presente. Con su guión casi de orfebrería, tensión que no decae ni abruma y un ritmo creciente que deriva en resoluciones lógicas y coherentes. Una sencillez apabullante en la suma de detalles y que derivan en una de las películas más redondas del panorama actual.