El gusto burgués por la evasión
Si consideramos que Sin Retorno (2010) es la opera prima de Miguel Cohan, histórico asistente de dirección de Marcelo Piñeyro, uno no puede más que agradecer la buena voluntad del proyecto y la corrección formal con la que ha sido ejecutado (dos factores para nada habituales en el cine argentino contemporáneo, siempre sumergido en el pedantismo y la desesperación por cobrar a toda costa los subsidios del INCAA). Aquí el realizador cumple y dignifica aportando la profesionalidad necesaria para garantizar la armonía general: claramente la película funciona como un canto sensato a la pulcritud narrativa.
Combinando el tono seco de los films norteamericanos de la década del ’70 y la estructura de las obras corales de los mexicanos Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga, la propuesta nos presenta en paralelo tres historias entrelazadas por un par de accidentes automovilísticos, un recurso a esta altura explotado en exceso pero que sigue vigente a nivel internacional. Federico Samaniego (Leonardo Sbaraglia) es un ventrílocuo que una noche arrolla sin querer la bicicleta de Pablo Marchetti (Agustín Vásquez), quien poco después es atropellado por el estudiante de arquitectura Matías Fustiniano (Martín Slipak).
El joven llama a una ambulancia y esquiva lo ocurrido denunciando el robo del auto y abandonando el vehículo de inmediato. Lamentablemente Pablo fallece debido a las múltiples heridas sufridas y su padre Víctor (Federico Luppi) inicia una furiosa campaña en los medios de comunicación en pos de hallar al culpable: así Federico se transforma de la noche a la mañana en el “perejil” de turno y es condenado sin el más mínimo resquemor por el sistema judicial. Sin Retorno adopta un pulso de thriller con ribetes trágicos para colocar en primer plano el ideario y los comportamientos de cada uno de estos individuos.
Que nadie se extrañe si el acento está puesto en la familia de clase media- alta de Matías: todos los miembros del clan vienen a representar esa clásica predilección burguesa por la evasión; desde su madre Laura (Ana Celentano), pasando por su hermana Luciana (Rocío Muñoz), hasta su padre Ricardo (Luis Machín). Cuando el victimario se quiebre y les confiese lo sucedido a sus progenitores, éstos rápidamente consultarán a un abogado, destruirán las pruebas incriminatorias y asistirán impasibles al linchamiento público de Federico. La sed de sangre de Víctor es el otro condimento determinante en la ensalada.
Hay que señalar que el mayor mérito de Cohan pasa por la meticulosa dirección de actores en función de un equilibrio interpretativo de características excepcionales (recordemos las diferencias de edad dentro del elenco, las singularidades requeridas según el personaje y las numerosas escenas basadas en situaciones muy difíciles de transmitir con convicción). Quizás Sin Retorno no ofrece grandes novedades en cuanto al “desarrollo en mosaico” aunque para los estándares argentinos está más que bien: al igualar inquietudes existenciales y estímulos melodramáticos, se impone como un crudo retrato de la injusticia.