La quinta película protagonizada por Daniel Craig cierra de manera densa, oscura y dramática su participación en la saga 007. Con Remi Malek, Ralph Fiennes y Lea Seydoux.
Mucho antes de que existieran los multiversos cinematográficos de Marvel en los que –física cuántica mediante–, un personaje puede tener varias vidas paralelas en diferentes líneas de tiempo, existía Bond, James Bond. De chico me gustaba creer –elegía creer– que cuando otro actor se convertía en el personaje, el anterior Bond seguía existiendo, en paralelo. Mientras uno se ponía el traje, la camisa y el moño de 007 y aniquilaba villanos por el mundo, enamoraba a jóvenes veinteañeras con nombres exóticos y bebía sus famosos vodka martinis, los otros se casaban, tenían hijos, nietos, se jubilaban, se radicaban en la Florida, hacían un tour en un crucero o venían a bailar tango a Buenos Aires. De vez en cuando, imaginaba, se llamaban por teléfono –no podía pensar en el zoom entonces, eran los años ’70– y recordaban los buenos tiempos. Eso sí, todos seguían bebiendo. Cada vez más, de hecho. No saben lo divertidos que son todos borrachos.
Ahora que uno se suma al grupo de jubilados Bond –dos ya no están entre nosotros, otros dos siguen torturando a sus aburridos nietos con anécdotas de sus épocas en el MI6 y uno seguro bebió alguna pócima mágica que lo mantiene eternamente joven aunque le dejó como secuela que cada tanto canta canciones de ABBA— me pregunto cómo lo recibirán los demás. «Ahí viene Craig –se llaman por el apellido, claro–. No hagan bromas que este es medio denso». Así le dicen a Craig, «el denso». Lo quieren, igual, pero lo miran raro. Supongo que al rato y tras unas copas todos se aflojarán y terminarán viendo al Liverpool, el equipo de Craig, y disfrutando los goles de Salah y compañía. O lo que sea necesario para evitar que Brosnan cante…
De todos los 007, Craig fue siempre el más torturado, el que se tomó más en serio a sí mismo, el que cargaba con una mochila que se iba volviendo más pesada con cada película. Al Bond de Lazenby le mataron a una esposa apenas se casó y el tipo se retiró al instante, no sea cuestión de andar llorando por los pubs, cosa que en esa época no se hacía en Inglaterra. Craig no. Craig acumula, suma. Con cada película parece volverse más bajito y musculoso, como si literalmente estuviera cargando una pesada mochila en la espalda. SIN TIEMPO PARA MORIR, su anunciada despedida, no solo es la más seria de toda la saga Bond sino que se acerca bastante al concepto de tragedia. Pónganle unas túnicas blancas y limiten la trama a sus componentes más básicos y se encontrarán con algo no tan distinto a eso que hacían los griegos.
Dirigida por Cary Joji Fukunaga –otro que se toma muy en serio a sí mismo, solo falta mirar la primera temporada de TRUE DETECTIVE–, el #Bond25 es una película oscura, violenta y cargada de penas, dolores y desgarros emocionales. Si en 1967 alguien hubiera descrito así una película de 007 le habrían dicho que entró al cine equivocado. Pero el tiempo pasa y nos vamos tomando en serio. Sí, Craig sigue haciendo algunas bromas, el guión ofrece momentos divertidos aquí y allá, y la ironía nunca desaparece por completo (vamos, es una película inglesa después de todo) pero es apenas un complemento para aflojar con la amargura acumulada. Todo duele en SIN TIEMPO PARA MORIR. Es grave, dramática y la chica que estaba sentada a dos asientos del mío lloraba. Sí, en una película de 007. Sean Connery y Roger Moore se revolcarían en sus tumbas.
Lo admito. Soy de la generación que creció con Roger Moore, que tuvo luego un calambre emocional cuando Sean Connery volvió a hacerle competencia y después debió acostumbrarse a la mediocridad de Timothy Dalton. Y el Bond de Brosnan me caía bien. Era blando y básico como un helado de «dos gustos» en McDonald’s, pero a veces uno quiere comer eso y está bien. Nos gustaba el Bond un poco canchero, irresponsable, banal, finalmente intrascendente, liviano de toda liviandad. No íbamos a ver sus películas para impactarnos con la brillante fotografía o conmovernos con su profundo drama humano. Ibamos a divertirnos, a pasarla bien y a olvidarnos de lo que vimos mientras comíamos algo después del cine. De llorar, nada. A lo sumo, con esta inolvidable canción.
Pero Craig es el Bond de la época que nos toca vivir, la era post 9/11, una que no puede tomarse el terrorismo internacional como plot point y listo. Y, convengamos, el tipo lo hace bien: es un buen actor, se toma en serio su trabajo, las películas se hacen muy profesionalmente (una cada tres o cuatro años, las de Connery se hacían de a una por año y las de Moore cada dos) y ahora todos salimos de la sala haciendo sesudos comentarios sobre la problemática del espionaje online, la seguridad de los datos informáticos, el rol de los gobiernos controlados por las corporaciones o, como en este caso, la probabilidad de que alguna organización malvada ande soltando virus mortales por el mundo. Sí, lo sé, hoy es una idea más propia de adictos a las teorías conspirativas, pero la película se hizo antes de la pandemia.
SIN TIEMPO PARA MORIR, además, concluye la única etapa Bond que se estructura claramente en forma de saga, con secuelas conectadas entre sí. Si bien las películas anteriores tenían interconexiones varias (Ernst Stavros Blofeld existe desde tiempos inmemoriales), en general el eje pasaba por la aventura del momento y la carga previa era relativa, al borde del borrón y cuenta nueva. Esta empieza con un retirado 007 yendo a visitar la tumba de Vesper Lynd (Eva Green), chica Bond que murió hace cuatro películas, en 2006. Y su gran partenaire en la historia –con sus idas y vueltas– es Madeleine Swann (Léa Seydoux), coprotagonista de SPECTRE. Estando ambos en Italia no solo todo explota, literalmente, sino que Bond descubre que quizás la francesita no es tan buena e inocente como parecía.
La película se extiende por más de dos horas y media y es medianamente atractiva, con algunas escenas de alto impacto visual (una en el sur de Italia, otra en «Cuba» y otra ya verán donde) y una trama que, como dije, implica la posible difusión de un virus mortal por el planeta. O algo con nanobots. Rami Malek encarna al übervillano con acento pseudo ruso, cara deformada y un nombre rimbombante como Lyutsifer Safin; vuelven algunos favoritos de siempre (M, Q y Moneypenny) y se suman algunos nuevos, como Nomi (Lashana Lynch), la reemplazante del supuestamente retirado 007 en el MI6, y una aparición de Ana de Armas (nombre bondiano si los hay) en el segmento cubano de la trama. Fukunaga y su equipo hacen funcionar la película medianamente a oscuras, utilizando muchas sombras, contraluz y todos esos elementos visuales que transmiten la idea de que algo muy serio, grave e importante está sucediendo acá. Y acaso eso esté pasando. Los villanos ya no acarician gatitos en las películas de Bond.
Será una película que disfrutarán los fans del Bond turbulento y apesadumbrado. No está a la altura de las mejores de esta serie (no es CASINO ROYALE ni SKYFALL) pero tampoco es la decepcionante QUANTUM OF SOLACE. Quizás SPECTRE, la inmediatamente anterior, es la referencia más clara. En algún punto, esta y aquella funcionan como una sola película en dos partes, ya que Christoph Waltz regresa para hacer el mismo personaje, ese mismo que hace desde que empezó a actuar en las películas de Tarantino. Y Ralph Fiennes se parece cada vez más a Voldemort. Es una película sólida, por momentos impactante y sí, en algún lugar, emotiva. Algunos seguimos prefiriendo al 007 tarambana y políticamente incorrecto de los ’60 y ’70 que no se tomaba muy en serio a sí mismo. Pero para los tiempos que corren el Bond de Craig estuvo bastante bien. Eso sí, en el multiverso de los ex Bond lo esperan con una tira de ansiolíticos.