Un capítulo épico e inolvidable
La quinta entrega de la saga Bond (y la número 25 en toda la franquicia), que inició en el 2006 con Casino Royale, llega a los cines tras reiteradas postergaciones en su estreno, las cuales, a fin de cuentas, enaltecieron aún más esta explosiva conclusión, obligatoria para ser vista en la pantalla grande.
A pesar de una recepción en gran parte positiva, el debut de Daniel Craig como James Bond en Casino Royale también provocó inevitables comparaciones enfocadas en la falta de carisma que relucía el actor respecto a agentes anteriores, algo que sin dudas puede seguir advirtiéndose en caso supusiéramos que el relanzamiento dirigido por Martin Campbell -que también había resucitado la franquicia en 1995 con Goldeneye, introduciendo a Pierce Brosnan en el rol del agente- finalizó con Casino Royale.
No obstante, la saga continuó con la cuestionada Quantum of Solace (Marc Foster, 2008) que, a pesar de varios desaciertos, comenzaba a trazar un arco argumental estrictamente relacionado con su antecesora -hasta iniciaba inmediatamente después del encuentro con Mr. White al final de Casino Royale-, además de atribuirle a Daniel Craig un marcado desarrollo emocional a raíz de la muerte del primer amor bondiano de esta saga, Vesper Lynd (Eva Green), personaje que en ningún momento de las cinco películas perdió influencia sobre el desarrollo del espía del MI6. Asimismo, tampoco puede obviarse el inevitable impacto del 11-S en el plano internacional, suceso que inevitablemente repercutió en la representación de las nuevas amenazas que enfrentaría el mítico agente.
Años más tarde, la llegada de Sam Mendes (1917) a la dirección con la tercera y magnífica Skyfall (2012) y posteriormente con Spectre (2015), terminó de hallar un equilibrio en el personaje, que sin desprenderse de sus nuevos rasgos distintivos comenzó a sumar de manera sutil (casi tímida) la medida cuota de humor que siempre estuvo presente en la extensa franquicia.
Sin tiempo para morir, ahora con Cary Joji Fukunaga (Beasts of no Nation, True Detective) detrás de cámaras, es el lógico y épico desenlace de una saga que, entre avances y retrocesos, apostó mayormente a que James Bond vaya más allá de lo esperado, con mayores riesgos que certezas. Amén del veredicto final que resulte de cada fan, sea de la franquicia total o al menos de estas cinco obras, no caben dudas que la indiferencia no será corriente tras el inicio de los créditos finales, luego de casi tres horas que transcurren como si no alcanzaran una.
Casi media hora antecede a los habituales créditos iniciales donde -al fin- brilla la notable composición de Billie Ellish, “No Time to Die”, dentro de la película y no en una lista de Spotify, tras más de un año desde que se lanzó el single promocional. El extenso opening no solo se toma su tiempo para abrir con una terrorífica secuencia que a modo flashback presenta al nuevo villano, Lyutsifer Safin (Rami Malek), trazándose su relación con el personaje de la Dra. Madeleine Swann (Léa Seydoux, introducida en Spectre), sino que también brinda una magistral persecución en Roma donde tendrá sus merecidos minutos el icónico Aston Martin DB5, tal como anticipaban los avances.
Ahora sí, luego de los clásicos créditos de cada película Bond transcurren cinco años que encuentran a James retirado, aunque claro, el deber llamará de nuevo. Sin embargo, no será el MI6 el que en este caso reclute -en principio- los servicios del agente, sino la CIA a través del viejo amigo y colega americano, Felix Leiter (Jeffrey Wright). ¿La misión? Recuperar un arma biológica robada por un misterioso grupo paramilitar, en complicidad con un científico -claramente- ruso.
Vuelven los también conocidos M (Ralph Fiennes), Miss Moneypenny (Naomie Harris), Q (Ben Whishaw), Bill Tanner (Rory Kinnear) y también cuenta con una breve participación el villano predecesor, Ernst Stavro Blofeld (Christoph Waltz). En cuanto a las adiciones, Ana de Armas se luce durante unos minutos como Paloma, una inexperta pero implacable agente cubana que cuenta con su momento “chica Bond” (otra simpática interacción con Daniel Craig, al igual que en la brillante Entre navajas y secretos) y la imponente Lashana Lynch brilla como la nueva 007, Nomi, no solo cargándose la acción al hombro en varias secuencias sino también concediendo varios y efectivos momentos humorísticos con Craig, que funcionan para burlarse del inevitable paso del tiempo para el actor británico, que ya cuenta con 15 años de licencia para matar en esta saga.
En cuanto al nuevo villano, no hay muchas razones que ubiquen a Malek como un peso pesado en la lista de los enemigos de Bond. Si bien este rol ha sido irregular en la era Craig (el Le Chiffre de Mads Mikkelsen y el Raoul Silva de Javier Bardem son los que -con motivos de sobra- mejor se posicionan), el frígido Safin logra intimidar más por el contexto que lo encuentra con Bond que por su propia composición, a pesar de la sólida introducción con la que cuenta máscara mediante. Pero nada que atente contra el resultado final.
Desde ya, es inobjetable que la extensa espera valió la pena. Sin tiempo para morir resistió el temido estreno en simultáneo y llegó en un momento en el que la experiencia del cine parece readquirir regularidad tras las peores épocas de la pandemia. Inclusive, si se permite el éxtasis, hasta podría rememorarse el fenómeno Avengers: Endgame. Definitivamente, no hay comparaciones posibles. Pero no sería descabellado suponer que este es el regreso equiparable de las salas en términos de emoción, tensión y espectáculo.
Sin dudas, habrá debate y las ya tradicionales grietas no tardarán en formarse. La polémica es indiscutible. Pero la espectacularidad está asegurada. Daniel Craig se despide legendariamente de la saga.
Gracias por el servicio, agente.