Qué me hicieron.
Es lo único, como fan de Bond, James Bond, que voy a decir porque no voy a spoilear absolutamente nada.
Daniel Craig, todos lo sabemos, se despide del 007 tras cinco películas -Sin tiempo para morir es su quinta en 15 años, desde Casino Royale (2006), que probablemente le dispute el mote de la mejor de Craig con Skyfall (2012)-. Así que la despedida, se intuía, tenía que ser a lo grande.
No sé si No Time to Die es grandiosa, sí que tiene los elementos que hicieron al agente 007 grande en el mundo del cine, y que tras seis años de Spectre (2015) se ha actualizado y, como tantos, puesto al corriente de por donde sopla el viento.
No, no va por una postura machista radicalmente distinta a cómo era Bond con las mujeres -pero vean cómo Madeleine lo aprieta contra la pared antes de una escena amorosa, y en la cama ella está sobre él, tomando una posición dominante: todo un cambio-, sino otra cosa algo que podíamos prever.
¿En qué momento una película de James Bond se transformó en otra de Rápidos y furiosos? Porque el viceversa lo conocíamos desde que vimos a Toretto.
¿Cuándo la mala puntería de los malvados de Bond comenzó a parecerse a la de los Stormtroopers de Star Wars?
Y también esta última de Craig hace un repaso por distintos momentos y personajes de su saga como protagonista.
La sinopsis argumental -porque, insisto, no voy a entrar en detalles- va saltando a distintos tiempos. Uno es lejano, y es el prólogo, en el que -extrañamente- no está Bond. Luego sí, pasea de la mano con Madeleine (Léa Seydoux, que ya estaba en Spectre) por Italia, y después salta al futuro, que sería el presente, cinco años más tarde. Bond sufrió un desengaño amoroso, pero si se había retirado del Servicio y se la pasaba bebiendo whisky -ya tomará algún Martini mezclado, no agitado- en Jamaica, volverá a las persecuciones cuando Felix Leiter (Jeffrey Wright), de la CIA lo contacte.
Es que alguien se robó un arma mortal, un veneno que, si cae en las manos menos indicadas, puede acabar con el mundo.
Algo de eso tiene que ver M (Ralph Fiennes), el ex superior de Bond, que le confió el 007 a una mujer negra (Lashana Lynch, Maria Rambeau en Capitana Marvel y que será la Señorita Miel en la nueva versión de Matilda). De nuevo en la ruta, Bond contará con nuevos gadgets de Q para evitar que el resentido malvado de turno (un monótono Rami Malek) haga lo que quiera.
Sin tiempo para morir, como las películas de Bourne o las de Ethan Hunt (Tom Cruise en Misión: Imposible) pasan de un país o de un continente a otro en fracción de segundo. Las peleas aquí son pocas cuerpo a cuerpo -si hay tiroteos extensos, salvo en el plano secuencia en una escalera-. Y Bond sangra. Ya lo hacía en Casino Royale. “Sos sensible”, le dice un enemigo a James, algo que hace años Bond lo hubiera sentido como una afrenta. Pero aquí y ahora Bond es como uno de nosotros.
Sin tiempo para morir tiene muchos elementos de los Bond anteriores a Craig. Desde científicos rusos, autos con armas y gadgets increíbles, hasta chicas Bond fantásticas (Ana de Armas parece ser la que más se divierte en toda la película) y una isla desierta.
Imposible saber en un guion a ocho manos (son 4 libretistas) cuánto impuso Phoebe-Waller Bridge (Fleabag). ¿Tal vez, que Bond le diga “darling” a M? El director Cary Joji Fukunaga (la primera temporada de True Detective; Beats of No Nation) le impone ritmo, dinamismo y humor a la despedida de Craig.
Pero ese final.
Me gustaría saber qué opinan otros fans. Quédense hasta el final de los títulos.